Las reparaciones de Dios

Las reparaciones de Dios

Nuestra vecinita de 5 años jugaba un día con una pequeña estatuilla de yeso, que otrora había sido la representación de José en un típico pesebre navideño. Pero eso duró hasta que, natural torpeza de la niñita, en un efímero instante la frágil estatuita se estrelló en el suelo y se partió en varios pedazos. Entonces llegó la chiquitita con los trozos del muñequito roto entre sus manitos y con un profundo sentimiento de pesar, a pedirme que se lo arreglara.

Saqué de entre mis herramientas un pomo de pegamento y con paciencia y mucho esmero procedí a pegar los pedazos de la estatuilla hasta que quedó finalmente restaurada. ¡Fue conmovedor cómo brillaban de alegría sus ojitos al ver a su “José”, antes roto y ahora como nuevo!

En una fugaz mirada entre mi esposa y yo, quedó como suspendido en el aire un mismo mensaje sin palabras: “-Va a volver…”. Y tal cual. No había transcurrido una hora y otra vez el episodio de la chiquitita entre lágrimas con los trozos del muñequito en sus manos. Una vez más tomé el adhesivo y se lo volví a pegar.

Por aquél entonces gozábamos de una bonita amistad entre las familias, por lo que la nena y sus hermanitas entraban y salían de nuestra casa como si fuera la suya. Mientras que en el seno de nuestro hogar aún sangraba la herida de la dolorosa pérdida de un bebé que pudo ser y no fue, la presencia de las niñas en casa ayudaba a sobrellevar el dolor.

Han pasado muchos años ya, de esta simpática anécdota. El recuerdo irrumpe en mi mente, aunque esta vez, en otro contexto. Por una parte, el detalle de que la pequeña estatuilla se había vuelto a romper, sí; pero en lugares distintos de las partes previamente reparadas. Las zonas restauradas ahora habían resultado ser más fuertes y más resistentes al impacto de la caída, que el resto de la estructura.

Y por otra parte no me había percatado sino hasta hoy, de que en aquél episodio hubieron en realidad, DOS “MUÑEQUITOS ROTOS”. El otro, mi corazón herido por la pérdida; abatido entre una extraña mezcla de dolor, confusión, incredulidad, decepción, desesperanza.

Hay personas que cargan con cicatrices. Algunas claramente visibles. Otras, no se ven. Están en lo profundo del alma. A veces duelen, otras no. Hoy, aquella dolorosa pérdida no es más que un mal recuerdo; en todo caso, el mal recuerdo de lo que pudo ser y no fue. Que tal vez aún duele, pero ya no muerde. Mientras yo “volvía a la vida” al juguete, al juntar y pegar sus pedazos, Dios hacía lo mismo con mi corazón roto.

Cuando las cicatrices del alma son resultado de reparaciones hechas por Dios, esos puntos son más fuertes y sólidos.

Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.

(Santiago 1:2-4 RVR1960)

Por Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

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