Siempre deje una luz encendida – Rob Parsons

Lo que podemos hacer para que nuestros pródigos regresen al hogar.

por Rob Parsons

luz-encendidaA veces, la vida nos tiende emboscadas. Hace diez años se me pidió que hablara en un evento en Inglaterra llamado Cómo traer a casa a los pródigos. Sabía que sería un día de oración, pero, aparte de eso, no tenía idea de lo que me esperaba.

Miles de personas asistieron, y cada una de ellas tenía un pródigo al que amaba: un hijo, un esposo, un hermano e incluso un padre.

En el frente del auditorio había sido levantada una cruz enorme. Después de un tiempo de adoración, todos fueron invitados a escribir el nombre de su ser querido en una pequeña tarjeta, y a colocarla al pie de la cruz. Luego me dirigí a orar por los que estaban parados allí, y vi cientos de tarjetas. En ese momento me pareció que todo el dolor del mundo estaba al pie de esa cruz. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando las leía, una tras otra. Me preguntaba qué historia habría detrás de la frase: “Señor, trae a casa a mi hijo Guillermo”, o la nota que decía simplemente: “Mi esposo”.

En ese tiempo, mi esposa Dianne y yo teníamos un dolor en el corazón por nuestros dos hijos, así que escribí los nombres de Katie y Lloyd, los puse lado a lado debajo de la cruz, y comencé a llorar. No podía parar.

Cuando hablé luego ese día, yo era un hombre diferente al que había entrado horas antes al auditorio. El mensaje que prediqué no era el bien organizado que había preparado con todas las respuestas. No. Fue un mensaje producto de mi quebrantamiento y de la sensación de absoluta dependencia de Dios.

Esa noche, mi corazón fue atrapado por un mensaje de esperanza, reconciliación y sanidad que, desde entonces, se ha convertido en mi pasión. Con los años, he sido testigo del dolor que padecen los que esperan ver volver a casa a sus pródigos, y nunca me cansaré de ofrecerles esperanza. Si usted está viviendo esto, quiero animarle a hacer algunas cosas importantes.

Deshágase del falso sentimiento de culpa

Los padres de hijos pródigos muchas veces se tambalean bajo la carga de un sentimiento de culpa devastador. Recibí una carta de una madre, que decía:

Mi esposo y yo fuimos criados en familias cristianas, y tratamos de hacer lo mismo con nuestros hijos. Funcionó con dos de ellos, pero Pedro parecía rebelarse contra esto. Un día se metió en problemas con la policía, y estábamos tan avergonzados que decimos mudarnos, porque nos preocupaba lo que iba a decir la gente de la iglesia. Pedro se marchó de la casa en 1992, y no lo hemos visto desde entonces. Tengo la esperanza, y oro que se pondrá en contacto con nosotros; si lo hace, no le preguntaremos dónde estuvo, ni qué hizo. Simplemente, lo recibiremos con los brazos abiertos.

Cuando oímos a la gente de la iglesia ufanarse de cómo todos sus hijos están “caminando con el Señor”, nos preguntamos qué hicimos nosotros mal. No importa que nuestros hijos tengan seis o sesenta años, nos sentimos responsables de ellos, llevando encima un sentimiento de culpa injustificado. Es importante comprender que nuestros hijos toman sus propias decisiones en la vida. Adán y Eva tuvieron al único Padre perfecto, y comenzaron sus vidas en el único ambiente perfecto que había, pero escogieron un camino que Dios no quiso que tomaran. Gran parte de la Biblia muestra a Dios adolorido por su hijos, y diciendo: “¿Por qué le estás dando la espalda a todo lo que te enseñé?”

Ninguno de nosotros puede hacer “piadosos” a sus hijos. Hay padres más piadosos que la mayoría, pero tienen un hijo o una hija que le dieron la espalda a lo que ellos más apreciaban. Con esto no estoy insinuando que algunos de nosotros somos padres perfectos, pero sí estamos llamados a tener una vida piadosa y a predicar con el ejemplo.

Es cierto que Proverbios 22:6 dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. Pero eso no es una garantía, sino un principio. Al hacerlo, usted les dará a sus hijos un maravilloso fundamento para sus vidas, pero serán ellos los que decidan.

Con frecuencia, queremos que nuestros hijos obren con acierto, porque queremos pensar bien de nosotros mismos. Un líder de la iglesia me dijo una vez:

—Mi muchacho está pasando por un momento difícil ahora mismo, y al comienzo mi primera preocupación fue: ¿Qué va a pensar la congregación? Pero sólo tengo fuerzas para hacer frente al verdadero problema, por lo que he decidido que tengo que liberarme de lo que otros piensen. La mayor necesidad es el bienestar de mi hijo, no mi reputación.

Deje abierta las puertas de la iglesia

Deseo profundamente ver libres de los falsos sentimientos de culpa a mis hermanos de la iglesia, pero también quiero retar a la iglesia a reflexionar en cuanto a la responsabilidad que hemos tenido en la “creación” de los pródigos. Son muchos los jóvenes que han sido tildados de pródigos por el color de su cabello, el cigarrillo en su bolsillo o por los conciertos de música que frecuentan, sin considerar que posiblemente se interesan por los pobres, tienen un don natural para perdonar y en su corazón, aman a Dios. Nosotros podemos estar satisfechos con la conformidad exterior, pero Dios no.

Me pregunto si el verdadero problema que enfrenta la iglesia no será que algunos de sus miembros no se han dado cuenta de lo mucho que se han alejado de la casa del Padre celestial. Quizás algún día descubriremos que nuestra hostilidad, la manera como juzgábamos a los demás y las descalificaciones que hacíamos de los líderes de la iglesia delante de nuestros hijos, era lo que Dios consideraba verdaderamente ofensivo.

Y si hicimos fácil que los “pródigos” se marcharan, también hemos hecho difícil que vuelvan. Una vez le oí decir a una anciana: “Si la casa del padre está llena del amor del Padre, los pródigos volverán a casa”. Cuán cierto es esto. Los hijos necesitan honestidad y aceptación en su peregrinación hacia Dios, no la exigencia de mantener una imagen.

Y, si nuestros pródigos vuelven a casa, debemos orar para que encuentren al padre de la parábola de Jesús antes de ver al hermano mayor (Lc. 15:11-31). Éste estará esperando con su lista de normas y su historial de agravios. Pero el padre será paciente, entendiendo que cuando un pródigo vuelve al hogar olerá a pocilga. En la historia, el padre no les dice a sus criados: “¡Rápido! ¡Denle un baño a mi hijo!”, y después al muchacho: “Cuando estés limpio, puedes entrar en la casa”. El regreso del pródigo no es el final de un viaje, sino el comienzo de otro, y se necesitará tener paciencia y amor para ayudar en el proceso de curación.

No se dé por vendido

Quienes oramos por los pródigos tenemos un corazón quebrantado; hemos aprendido que ninguna persona, ningún libro y ningún acontecimiento va a traer por sí solo la respuesta a nuestras oraciones. Nos hemos lanzado completamente a la gracia de Dios, y sabemos que debemos entregarlo todo a Él. Cuando venimos delante del Señor con un corazón humilde, reconocemos que no tenemos ninguna respuesta —sólo nuestros recuerdos y un poco de fe.

Pero he sido testigo de primera mano, de que no hay mejor lugar que el pie de la cruz para poner a nuestros pródigos, donde Cristo puso su vida por nosotros. La cruz es el más grande de todos los misterios: un lugar de aparente derrota, pero de irrefutable victoria; un lugar de lágrimas que, al final, riega las semillas de gozo incontrolable, haciendo que germinen y florezcan.

Es posible que nuestras oraciones no sean respondidas de la manera que queremos. Pero sí sé que cuando Dios es nuestra única esperanza, estamos en el mejor estado posible para que Él actúe.

He oído innumerables historias sobre pródigos que volvieron al hogar. Una madre me contó lo siguiente:

Sin ningún aviso, Carla, nuestra única hija, se marchó de casa el día en que cumplió 18 años. Mi esposo y yo quedamos devastados; la habíamos criado en un buen hogar cristiano. No volvimos a saber de ella durante cuatro años, y en ese tiempo nunca supimos si estaba viva o muerta. Pero antes de irme a dormir cada noche, encendía la luz del porche. Veía como brillaba, y muchas veces las lágrimas me corrían por el rostro. ¡Extrañaba tanto a mi hija! Y en cada Navidad, ponía un pequeño árbol con luces delante de la casa, para ella.

Carla regresó finalmente al hogar, y me habló de lo importante que fue la luz de ese porche. Yo no sabia que ella había pasado frente a nuestra casa muchas veces tarde en la noche, y que a veces simplemente se quedaba sentada en el auto. Me dijo: “Todas las casas estaban oscuras, menos la nuestra: tú siempre dejabas una luz encendida. Y en Navidades hacía lo mismo: simplemente me quedaba oculta en la oscuridad y miraba el árbol de Navidad que tú habías puesto afuera —yo sabía que era para mí”.

Mi hija está ahora felizmente casada, y tenemos dos hermosos nietos. Comparto el sufrimiento de los que esperan que un hijo pródigo vuelva a casa. Le ruego a usted que les diga que nunca pierdan la esperanza.

Creo que algo está por pasar. Cuando veo soplar el viento en la copa de los árboles, me pregunto si Dios, en Su misericordia, está encaminando los corazones de cientos de miles de pródigos hacia el hogar. Es posible que usted haya orado mucho y por largo tiempo por su pródigo, quien puede parece estar más lejos que nunca. Pero no se rinda. Siga orando.

Y deje siempre una luz encendida.

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www.encontacto.org

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