Zurdos en un mundo de diestros – Osmany Cruz Ferrer

ZURDOS EN UN MUNDO DE DIESTROS.

“Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. Gozaos en aquel día, y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los profetas”

(Lucas 6:22,23)

Conocí a Eynart cuando ambos teníamos catorce años y no existe un día en el que no me alegre por lo afortunado que fui. Eynart fue quien me presentó el evangelio y quien me ayudó en los primeros pasos en la fe. Su espíritu aventurero, su gozo desbordante y su amor por el deporte me hicieron acercarme inicialmente a él. Eynart era delgado, el párpado de su ojo izquierdo está débilmente caído y es zurdo. Ambos estuvimos juntos en la secundaria y luego estudiamos la misma carrera, Sistemas Eléctricos. Queríamos ser ingenieros y alcanzar importantes logros profesionales. Todavía ignorábamos los planes ministeriales que Dios tenía con cada uno de nosotros. Fueron buenos tiempos en los que se consolidó una amistad y donde se forjó mi fe.

Fue a inicios de la década de 1990 cuando experimenté mi nuevo nacimiento en Cristo Jesús y las remembranzas de aquellos días, me conducen indefectiblemente a Eynart, la primera persona que modeló ante mí el no siempre apreciado traje de la fe. Como dije, Eynart era zurdo y se sintió frustrado en muchas ocasiones por serlo. Los pupitres del aula eran para derechos, los profesores eran derechos, todos sus amigos éramos derechos. A la hora de escribir se emborronaban sus cuartillas y se manchaba su mano izquierda por el grafito de aquellos lápices rusos que todavía usábamos en aquella época. Cuando debía saludar a un conocido lo debía hacer con la mano derecha. Cuando votábamos en el aula debía ser con la mano derecha. Los timbres de las puertas están en el lado derecho de los marcos. Hasta Superman era derecho. Entonces estaba su fe. Ser evangélico en un contexto ateo, enfrentar la crítica y el menosprecio desde tan temprano en la vida es lacerante para un adolescente que ya tiene bastante con tratar de entender el mundo de los adultos. Eynart definitivamente era zurdo en más de un sentido. Era un cristiano ferviente cuya fe había sobrevivido a muchas tormentas. Entre ellas, el fallecimiento de sus padres en un accidente cuando apenas era un niño, la posterior convivencia con su abuela enferma y su tío alcohólico, el estigma social por ser cristiano y un defecto físico que no podía esconder por más que quisiera. Uno veía todo esto y no podía evitar preguntarse de dónde provenía su alegría, sus fuerzas para vivir, su ánimo irrestricto para hablar de su fe. Después de tres meses de conocerlo, lo supe, y no porque me lo explicara, ni porque leí sobre gente como él. Lo entendí todo cuando yo mismo di el paso de aceptar a Jesucristo como amigo y Dios. Cuando me tocó decir en mi casa que había nacido de nuevo. Cuando tuve que enfrentar la desaprobación entre los míos, mi familia, mis amigos. Cuando tuve que levantar la mano en el aula, porque el profesor de marxismo quería saber quiénes eran cristianos. Cuando rechacé el carné de la Unión de Jóvenes Comunistas argumentando que militaba en unas filas diferentes, las filas del Señor.

Han pasado muchos años desde aquellas primeras vivencias. Haberme hecho cristiano en un país cuya ideología atea segregaba a  los que eran diferentes fue el mejor seminario teológico que pude tener y en el que tuve que aprender muchísimas lecciones para mantener mi fe. Probablemente, la primera de todas fue que los que son diferentes van a sufrir la intolerancia y el rechazo en la justa proporción de sus diferencias. El mundo no estaba hecho a nuestra medida. Como cristiano me sentía al revés de todo, como una frase reflectada sobre un espejo, a la que la gente le resulta difícil entender. Me sentía como debía sentirse Eynart. Tantas contradicciones circundándome y tanto gozo a la vez. Tanta intolerancia de parte de otros y tanta mansedumbre en mi corazón. Rodeado de incomprensión, pero teniendo paciencia. Ahora lo podía entender, ahora sabía. Era como un zurdo, un zurdo al que le daban la mano derecha, al que le exigían no ser quien por sola decisión había decidido ser.

Era como Eynart, un zurdo en un mundo diestro y estaba feliz por ello. Sí, porque aunque zurdo para muchos, incomprendido y rechazado, hallé a Jesús, y con él soy todo y más de lo que siempre quise ser.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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