Hasta esta hora – Osmany Cruz Ferrer

HASTA ESTA HORA

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Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos”.

(1 Corintios 4:11-13)

Levanto el teléfono desde mi casa en España para hablar a larga distancia a los Estados Unidos con una gran amiga y mentora. Más de sesenta años de misionera en América Latina junto a su esposo la califica para tener mucho que decir y enseñar a un parvulito en las misiones como yo. Me cuenta que saldrán de viaje pronto a Uruguay a una cumbre de educación. Tiene más de 80 años, pero esta vigorosa y entusiasta como el primer día. Entrecorta la voz de pronto para hablarme de su nieto con autismo, de las luchas que supone sacar adelante a alguien con discapacidades en un mundo tan cruel. Casi llora, lo percibo mientras me hallo sin palabras, entonces remonta su charla de repente con palabras de fe. Hace una broma simpatiquísima y luego me pregunta por mis hijas, por sus notas en el colegio, por el embarazo de mi esposa y por mi ministerio. Un diálogo que me resulta un lienzo de la vida misma. La alegría y el pesar conviviendo. El agridulce de la marcha hacia la eternidad. “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33b).

Enciendo el FaceTime para charlar con unos amigos pastores en Israel. Me cuentan un milagro de provisión en su servicio al Señor y me ruegan oración; los misiles palestinos están alcanzando ya la ciudad donde viven y pastorean con sus tres hijas. Se me hace un nudo en la garganta y balbuceo promesas contenidas en los Salmos. Desde mi cómoda oficina con vistas a un campo de trigo y a un sembrado de olivos me siento casi incapaz de alentarlos, pero lo hago. Hablamos de Spurgeon, de la fe, de libros que estamos leyendo, de la amistad y del valor. En una misma conversación el dolor y la risa, como metáfora de la vida toda.

Recibo un correo electrónico de una familia en Cuba. Noticias de apreturas económicas, de desempleo, de dolor. La vida es dura allí. Pero el énfasis del mensaje está en un evento para niños que realizó la iglesia donde asisten. Me envían fotos de una masa multicolor de niños que sonríen mientras los payasos actúan para ellos. No he visto sonrisas así, ni siquiera en reportajes sobre el Parque Walt Disney. Las penurias se eclipsan cuando se sonríe. Escases de todo, menos de espiritualidad. Ya quisiera yo para países más libres tanta riqueza de espíritu.

Las montañas contrastan con los valles. Los oasis divergen de los desiertos. Los trópicos son la antípoda de fríos e inhóspitos lugares en la Antártida, pero todos conforman el globo terrestre en el que vivimos. La misma Tierra ilustra la condición humana. Con fe, pero padeciendo enfermedad. Con victoria en Cristo, pero bajo episodios de guerras. Con gozo, pero con falta de vestido y esto es, porque este mundo no es el fin de todo, solo el escaño hacia la eternidad. Los sinsabores de esta vida nos mantienen expectantes acerca de una vida eternal en Cristo.

No quiere decir que no haremos algo al respecto. Todo lo contrario, porque como cristianos somos luchadores por identidad. No nos dejaremos dominar por los estados fluctuantes de la vida. En el caos más amenazador, en la noche más sombría, en la pena más honda, estaremos conscientes de nuestra ciudadanía celestial. Por eso cuando charlamos sobre nuestros pesares, siempre resurge una promesa de Dios. Cuando nos expresamos sobre el dolor, siempre aflora la esperanza, y cuando pensamos en la escases, siempre tenemos una “foto” donde mostrar la gracia de Dios en nosotros.

Es cierto que “hasta esta hora” padecemos penalidades, pero viene el día cuando ya el dolor no existirá más.  Hay que tener, por tanto, los ojos en la eternidad. Para no reparar demasiado en las ausencias presentes, hay que hablar el lenguaje del siglo venidero. De momento hemos de soportar el caparazón de la aflicción, pero viene la liberación eternal, el día que estamos esperando llegará pronto. Nada que pueda haber ocurrido antes podrá significar algo en el país donde no hay lágrimas. Y aunque “hasta esta hora” no ha llegado ese momento, yo lo espero con la mirada anhelante.

Autor: Osmany Cruz Ferrer.

Escrito para www.devocionaldiario.com

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