¿Águilas con paracaídas? – Osmany Cruz Ferrer

¿ÁGUILAS CON PARACAÍDAS?

Aguilas-con-paracaidas

 “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”

(Isaías 40:31)

Una tira cómica mostraba a dos aves sobre la gruesa rama de un árbol. Una de ellas tenía un paracaídas y, sin embargo, se mostraba reticente para levantar el vuelo. Al ver que no se animaba a dejar la seguridad del árbol, su compañera de rama le dice: ­-Sabes Sheldon, el problema contigo es tu falta de confianza.

Simpático ¿verdad? Solo que esta ilustración está sacada de la realidad. He visto águilas con paracaídas, cristianos que no dejan su área de seguridad porque han perdido la confianza, han dejado de creer y han sustituido esa fe por accesorios humanos que en lugar de ayudar, son un lastre para emprender el vuelo.

Es una existencia triste la de aquella persona que ha perdido la confianza en Dios. El miedo, la desazón y la ansiedad toman posesión del corazón cuando la fe se ausenta. Fabricamos paracaídas para sentirnos seguros y sustituimos lo invisible por lo visible. Nos desterramos a nosotros mismos de la perfecta voluntad de Dios para movernos en territorio de despropósito.

Al principio no fue así. Esos que se les ve ahora con paracaídas a las espaldas, artefactos de exceso de precaución humana, tuvieron en realidad experiencias primigenias asombrosas. Aquellos primeros vuelos les resultaron atractivos y desafiantes. ¡Ah!, el aire en la cara, la vista desde las alturas, la posición de privilegio que les regalaba su identidad espiritual. Pero algunos no contaban con las corrientes de aire frío, la lluvia, las estaciones. Creyeron que todo sería fácil y un golpe de nieve les cegó y no vieron aquella gran montaña, o una bandada de cuervos les atacó provocando su caída. Heridos en el suelo se propusieron no volar otra vez; total, quién quiere tener magulladuras y huesos rotos.

Se colocaron un paracaídas y andan por las ramas sin atreverse a volar de nuevo, porque quizás los cuervos están ahí en algún sitio, o la nieve que aunque blanca y suave en apariencia, puede ser mortal para los ojos. Quizás también haya granizo, o cazadores, se dicen inventándose enemigos, porque el miedo engendra monstruos que te aprisionan sin existir. Son esas personas que cuentan a otros de cuando volaban, pero lo hacen con amargura, como si hubiera sido un error, como si aquello hubiera estado fuera de sitio. Han llegado a creer que las águilas deben ser prudentes y volar solo en casos excepcionales, como para huir, por ejemplo. Pero incluso, en esa ocasión, será bueno llevar un paracaídas porque nunca sabes cuándo van a fallar las alas.

Yo alguna vez he sido esa águila medrosa. Todavía llevo alguna pluma partida por la dura roca. Me he escondido entre las ramas pensando que eso de volar es muy arriesgado, que la rama es buena para mí, que los cuervos aquí no me verán, que llevar un paracaídas es sofisticado. Pero he recordado cómo se ve el mar desde las alturas, cómo la brisa cálida del verano me acariciaba, cómo las nubes tienen formas muy distintas si las miras desde arriba en lugar de a la inversa. Estuve alguna vez a buen resguardo de las estaciones, pero me perdí tanto que volví a mi sitio, en las alturas. Recuperé la confianza en Dios, en el Dios que me hace estar firme sobre lugares elevados (Salmos 18:33). Volví a volar desde entonces para no desistir jamás. Y cuando me siento cansado, cuando mi vuelo se ve amenazado, ya no regreso al árbol del conformismo, sino que voy a la roca más alta que es Cristo, el Señor (Salmos 61:2).

Por: Osmany Cruz Ferrer.

Escrito para www.devocionaldiario.com

 

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