Una bendición cada día – Luis Caccia Guerra

Una bendición cada día

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Y cuando el rocío cesó de descender,  he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda,  redonda,  menuda como una escarcha sobre la tierra. Y viéndolo los hijos de Israel,  se dijeron unos a otros:  ¿Qué es esto?  porque no sabían qué era.  Entonces Moisés les dijo:  Es el pan que Jehová os da para comer. Esto es lo que Jehová ha mandado:  Recoged de él cada uno según lo que pudiere comer;  un gomer   por cabeza,  conforme al número de vuestras personas,  tomaréis cada uno para los que están en su tienda. Y los hijos de Israel lo hicieron así;  y recogieron unos más,  otros menos; y lo medían por gomer,  y no sobró al que había recogido mucho,  ni faltó al que había recogido poco;  cada uno recogió conforme a lo que había de comer. Y les dijo Moisés:  Ninguno deje nada de ello para mañana. Mas ellos no obedecieron a Moisés,  sino que algunos dejaron de ello para otro día,  y crió gusanos,  y hedió;  y se enojó contra ellos Moisés. Y lo recogían cada mañana,  cada uno según lo que había de comer;  y luego que el sol calentaba,  se derretía. En el sexto día recogieron doble porción de comida,  dos gomeres   para cada uno;  y todos los príncipes de la congregación vinieron y se lo hicieron saber a Moisés. Y él les dijo:  Esto es lo que ha dicho Jehová:  Mañana es el santo día de reposo,  el reposo consagrado a Jehová;  lo que habéis de cocer,  cocedlo hoy,  y lo que habéis de cocinar,  cocinadlo;  y todo lo que os sobrare,  guardadlo para mañana. Y ellos lo guardaron hasta la mañana,  según lo que Moisés había mandado,  y no se agusanó,  ni hedió. Y dijo Moisés:  Comedlo hoy,  porque hoy es día de reposo para Jehová;  hoy no hallaréis en el campo. Seis días lo recogeréis;  mas el séptimo día es día de reposo;  en él no se hallará.

(Éxodo 16:14-26 RV60)

Me fascina el relato del maná en la Biblia. Mucho es lo que se ha dicho, deducido, interpretado, e inclusive especulado acerca de él, pero la realidad es que nadie sabe a ciencia cierta qué fue lo que el pueblo denominó “maná”, expresión hebrea que significa literalmente “¿Qué es esto?”.

Alimentó a los israelitas durante sus cuarenta años de tránsito por el desierto y vino a causa de las quejas del pueblo en el desierto de Sin (Ex. 16:1-4) cuando apenas habían salido de la esclavitud de Egipto. Se tenía que recoger y consumir en la justa y necesaria medida para cada familia y a menos que Dios lo ordenara así (por causa del día de reposo), no se podía guardar de un día para otro porque se echaba a perder, hedía y criaba gusanos.

No obstante tamaña bendición, durante ese tiempo -toda una generación-, el pueblo igualmente siguió quejándose y lo que es aún peor, menospreciando la bendición del “trigo de los cielos” como lo denomina el salmista (Salmos 78:24), que a diario recibían directamente de las manos del Señor (Números 11:5 y 6). “Pan liviano” lo llamaron despectivamente (Números 21:5)

A pesar del pueblo, Dios nunca se los privó (Deuteronomio 8:3 y 16; Nehemías 9:20) hasta que finalmente, entraron en Canán y comenzaron a comer del fruto de la tierra (Josué 5:12).

El maná, no sólo fue sustento diario para el pueblo de Dios durante su pasaje por el desierto. También fue prueba de su confianza y total dependencia de Dios, ya que cuando alguien quiso “guardar por si mañana Dios se olvida que necesito”, se echaba a perder, se descomponía, hedía y criaba gusanos.

“Una de cal y una de arena” dice un dicho popular en mi país. Quiere decir que por cada una de esas que a nosotros nos vienen bien; aparece, surge una mala, una de esas vicisitudes que no nos gustan, que nos trastocan todos los planes, que nos ponen la vida a girar en otro sentido. Una bendición, una prueba.

A veces las bendiciones vienen seguidas de alguna tristeza. A veces, luego de las victorias aparecen las derrotas. Aunque esto parezca crudo y pesimista a la hora de expresarlo, a veces las alegrías vienen seguidas de alguna tristeza, un atraso, un bajón. Tanto una como la otra son parte de la vida, nos guste o no, mal que nos pese, son parte de esa vida que nos toca vivir para Cristo. Las bendiciones, los éxitos, las victorias, los triunfos; bálsamo para el espíritu, consuelo para el caído, aliento y estímulo para el que corre la buena carrera. Los atrasos, las pruebas, las caídas, los fracasos, las derrotas; entrenamiento en el gran gimnasio de la fe de Dios.

Muchas veces me he sentido terriblemente decepcionado de la vida, de las relaciones, de seres amados, de algunos amigos, de la iglesia… ¡inclusive de Dios mismo! Las bendiciones que tanto le pido a Dios, con las que sueño y anhelo desde lo más profundo de mi corazón, no vienen, se demoran más de la cuenta y aún algunas de ellas finalmente vienen acompañadas, como “una de cal y una de arena”, de alguna tristeza, de algún atraso.

Hoy caigo en la cuenta de que sin ser israelita, hubiera encajado perfectamente en ese pueblo. Soy experto en quejarme. ¡Vivo quejándome! Y eso definitivamente, es un muy mal hábito. Pero más allá de lo obvio, es un inconciente pero gran desprecio por las bendiciones… o “bendicioncitas”, no importa, que Dios tiene a bien derramar sobre nosotros cada día aún en medio de la peor de las pruebas.

Hoy me agarro de cada una de esas bendiciones o “bendicioncitas” que cae para mí como maná del cielo cada día, tal como se toma de un madero el náufrago en alta mar. Sin intentar asignarle valor a su importancia, trascendencia, ni tamaño a los ojos del hombre, no intento guardarla, si lo hago se hecha a perder y se transforma en basura que hiede. La comparto, la uso, la vivo, la gozo, la disfruto intensamente mientras dura, elevo mis manos al cielo con acción de gracias, y finalmente la dejo ir para que la disfrute otro.

Hoy, no importa por lo que esté pasando, recibo cada una de esas “bendicioncitas” sin importar qué tan grande ni chiquita sea –eso Dios lo sabe– de esas que a diario Nuestro Amado Dios derrama sobre mí, como si fuera el más grande y el último de los tesoros en esta tierra.

“Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto,  y murieron. Este es el pan que desciende del cielo,  para que el que de él come,  no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo;  si alguno comiere de este pan,  vivirá para siempre;  y el pan que yo daré es mi carne,  la cual yo daré por la vida del mundo.”

(Juan 6:48-51 RV60)

“El que tiene oído,  oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.  Al que venciere,  daré a comer del maná escondido…”

(Apocalipsis 2:17 a RV60)

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

 

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