Parábola del mediocre y el mentecato – Luis Caccia Guerra

Parábola del mediocre y el mentecato

El mediocre era el líder. El lo sabía absolutamente todo. Nadie hacía las cosas mejor que él. El tenía las soluciones de todo, y … estaba en todo. En todo se metía, su opinión era la única acertada, su palabra era la única autorizada y todo lo que no se hacía por los cánones por él establecidos, estaba mal… aunque estuviera bien. Todo aquél que pensaba distinto estaba mal. Siempre descalificando al prójimo. Los jefes sabían esto, pero como les quitaba problemas de encima, simplemente hacían oídos sordos, vista ciega, boca muda. Muchos tuvieron que irse por causa de él. Pero aún esto los jefes lo vieron bien: nadie había sido despedido, se habían ido solos.

Un día el mentecato tuvo la desgracia de caer en las manos de este mediocre. Era tan, pero tan mentecato que tenía una profunda y devota admiración por el mediocre de su líder. Estaba firmemente persuadido de que su líder era la persona que lo sabía todo, que todo lo que hacía estaba bien, que la única opinión autorizada era la de él. Que el único que sabía cómo debían y tenían que hacerse las cosas, era su mediocre líder.

El mentecato tenía en realidad un talento extraordinario, pero era tan mentecato que no podía percatarse de que lo tenía. Al mediocre no se le había escapado este “detalle”. Conocía bien la capacidad y la potencialidad del mentecato, como así también la ignorancia de sus propios talentos; por lo que además de sentir una profunda envidia por sus logros y virtudes, no vaciló un segundo en aprovecharse y manipular ingeniosamente la situación para obtener su propio rédito.

De más está decir que nada de lo que el mediocre le enseñaba al mentecato le servía para edificación. Cosas inútiles, procedimientos y metodologías inservibles. Le imponía metas por caminos que estaba seguro, el mentecato no sería capaz de alcanzar ni lograr. Que lejos de hacerlo sentir que estaba creciendo y progresando le harían sentir inútil, frustrado, incapaz y decepcionado con él mismo. Lo vapuleaba y descalificaba constantemente. Negaba y rechazaba sus logros y virtudes y exageraba en gran medida sus desaciertos. Estaba pendiente de cada palabra, de cada gesto suyo inclusive, para regañarlo con vehemencia, ponerlo en ridículo sin importar si con su actitud traspasaba abierta y descaradamente los límites de la falta de respeto. En definitiva, pensaba que su liderado era un tonto y como tal lo trataba.

Y el pobre mentecato, se creía todo lo que su mediocre líder le decía y hacía sentir. Tanto es así que su autoestima fue lesionándose poco a poco. Una operación de desgaste, paciente, lenta, constante; inteligentemente elaboraba, pero tan fatua como certera. Finalmente convencido de que no servía para nada, exhausto de luchar, con su alma lastimada, el mentecato claudicó; se entregó sumiso en los brazos del fracaso.

“Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos” decía el célebre personaje de don Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, a su fiel escudero Sancho Panza; refiriéndose a esos perrillos que salían a su encuentro y le ladraban cuando llegaba a un sitio montado en su noble “Rocinante”. Solamente que el mentecato no se dio cuenta de que era  él quien cabalgaba y el otro el que iba a pie. El fuego de un alma brillante que podía haber sido de superlativa bendición para su comunidad, fue apagado por los ladridos de un mediocre al que sólo le interesaba su propio rédito.

Nada me gustaría más que decir “esto es ficción, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”, pero no es así. Líderes como este abundan en el ámbito secular. Pero la mala noticia es que cada vez los hay más de estos, en comunidades de las iglesias cristianas. La apatía y la ausencia de compromiso de muchos creyentes crea las condiciones para que aparezca gente así en posiciones de liderazgo que parece trabajar mucho y bien, que se ocupa de “resolver” los asuntos que las autoridades no pueden atender, pero que en realidad les están “vendiendo” pretensas soluciones a un costo realmente altísimo.

Dios no ha dejado a ninguna comunidad sin talentos. Tal vez haya voces que destilan amargura, que te dicen que no sirves para nada, que te hacen sentir pobre, triste y frustrado. Esto definitivamente no es de Dios. Equivocarse, intentarlo otra vez, comenzar de nuevo y capitalizar la experiencia de los errores está permitido dentro de la inconmesurable Gracia de Dios. Y de eso se nutren las comunidades y los líderes sanos.

No seas vencido de lo malo,  sino vence con el bien el mal.

(Romanos 12:21 RV60) 

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

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