La oración milagrosa

La oración milagrosa

Por ahí he tenido oportunidad de escuchar: “Oren mucho, se puede!” Eso venía de gente que pasó una severa prueba, como un diagnóstico de enfermedad terminal. Pero no es así como funciona. También he visto consagrados creyentes, exactamente en la misma situación, que inexorablemente partieron a la Eternidad sin recibir su milagro de sanidad.

¿Qué significa esto? ¿Que uno tenía menos fe que el otro? ¿Qué uno oró más que el otro? ¿Qué uno era “más creyente” que el otro? ¿O tal vez Dios tenía “preferencias” por sobre uno en desmedro del otro? Nada de eso. Se trata de la Soberanía de Dios. Cuando Él determina algo para ti, no hay UN MILLÓN DE ORANTES que pueda torcer ni cambiar lo que Dios ya resolvió en su corazón respecto de ti.

El foco de la cuestión no es en este mensaje cuánto oras, qué pides, ni cuánto insistes; si sabes esperar o no los tiempos de Dios; ni cómo está tu constancia en la oración; ni la media hora, ni las dieciséis horas y media por día que te la pasas de rodillas o postrado orando, clamando, suplicando, con toda vehemencia hasta quedar exhausto. Todo eso es tema de otro mensaje.

NO SE TRATA DE TU FE. Se trata de LA FE, LA CONVICCIÓN QUE ÉL PONE EN TU CORAZÓN de conformidad con SU SOBERANÍA. El punto es: “qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos. El Espíritu mismo intercede por nosotros…” (Romanos 8:26).

Y esto no es mágico, ni es milagro. Para que esto ocurra, tienen que darse dos condiciones:

• Un corazón contrito y humillado
• Una comunión de muy íntima cercanía con Dios. “Conozco la mano de mi padre” decía un niño ciego.

El problema es que muchas veces estamos como el hermano mayor del Hijo Pródigo (Lucas cap. 15); más cerca de la casa, que del corazón del padre. Más cerca de la Iglesia que del corazón de Dios. Y ello no nos permite discernir el mensaje que Dios nos está comunicando. Es que muchos dicen: “Señor úsame”, pero muy pocos: “Señor cámbiame”.

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.

(Romanos 8:26 RV60)

Por: Luis Caccia Guerra
Para www.devocionaldiario.com

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