A pesar de todo – Luis Caccia Guerra

A pesar de todo…

El que habita al abrigo del Altísimo
Morará bajo la sombra del Omnipotente.

(Salmos 91:1 RV1960)

Elías se encontraba junto al arroyo de Querit, cuando a raíz de la intensa y prolongada sequía por la que él mismo había orado ante Dios, el arroyo se secaba. Entonces, recibe la orden de trasladarse a Sarepta de Sidón (I Reyes 17:9 y 10).

No era cuestión de sencillamente abordar su auto o tomarse el próximo bus que esa tarde salía hacia Sidón. Unos 160 km separaban Querit de Sidón y eso lo tenía que hacer ¡caminando! Tenía que caminar Elías y en ello atravesar el territorio en el que el rey Acab había puesto precio a su cabeza. Pero, como si todo esto no fuese suficiente, le pareció bien a Dios que en vez de ir Elías en socorro de una mujer viuda, con alimentos y provisiones para ella y su hijo, fuese exactamente al revés. La viuda era quien debía sustentar a Elías. Evidentemente, la persona a los ojos humanos que menos calificaba para ayudarlo a Elías… y una situación un tanto humillante, ya que iba a ser una mujer y viuda, la que iba a alimentar a Elías en vez de ser el varón el que debería proveer el sustento, como era en aquella época.

¡Menuda empresa la que Dios encomendaba a Elías! Pero más allá de esta historia, de las circunstancias adversas y de los designios de Dios, es la claridad y certeza que tiene Elías en cuanto a lo que tiene que hacer. En tan sólo dos versículos de las Escrituras; en uno Elías recibe la orden, en el siguiente ya está en Sarepta concretando su misión sin el más mínimo amague de duda.

Muchas veces he dicho que en unos cuantos aspectos me siento profundamente identificado con este extraordinario profeta de Dios… Pues bien, justamente este es uno de esos aspectos en los que NO. ¿Cómo hacía? ¿Es que acaso tenía una línea directa con Dios? Más de uno me va a retar por decir esto, pero debo confesar que más veces de las que puedo contar, me siento en la encrucijada de no saber qué hacer, de no saber para dónde tomar, por simplemente no saber lo que Dios quiere que haga. Y no conozco a nadie que con sinceridad de corazón hable, que no ha pasado por la experiencia de enfrentarse a los velados silencios de Dios, al menos unas cuantas veces en su vida.

La falta de certezas trae la duda y la duda, la incredulidad. La incredulidad cierra las puertas que Dios quiere abrir en tu vida. Días atrás, presionado por las circunstancias para tomar decisiones que no me parecen acertadas y sin tener la menor idea de lo que Dios opina de esa situación, con tristeza, quebrantado oré: “Señor, qué hemos de pedir, qué decisiones hemos de tomar, qué hemos de hacer, no lo sé. No sé nada. Sólo sé que nuestras vidas y nuestros futuros están en tus manos.” Esa misma tarde, una terrible tormenta de lluvia, viento y granizo del tamaño de una pelotita de ping-pong se abatió con inusitada violencia sobre nuestra ciudad destrozando el techo de nuestra casa y poniéndolo al borde del derrumbe. Pero lo peor de todo es que nuestros nubarrones más densos y oscuros no se hallan en un cielo físico; se alzan sobre nuestras vidas y futuro.

Una amada hermana, sin saber nada de la situación por la que pasamos, me envió este texto:

“Créele a Dios aunque todo lo veas al revés… ¡No cuestiones sus procesos! ¡Acuérdate de sus intervenciones pasadas! Lo que sufrimos en esta vida es cosa ligera que pronto pasa; pero nos trae por resultado una gloria eterna mucho más grande y abundante. Cuando Dios te diga: “todavía no” dile: “Confío en ti”. Cuando Dios te diga “No”, dile: “Gracias” porque seguramente Él ya tiene algo mejor para ti.”

Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios. Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.

(2da. Corintios 4:15-18 RV1960)

Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com

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