EL anhelo de Dios – Hefzi-ba Palomino

EL ANHELO DE DIOS

El-anhelo-de-Dios 

“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.”

3 Juan: 2 (RV1960)

Estas fueron las palabras de saludo del Apóstol Pablo a su discípulo Cayo, pero es esta una palabra eterna, que se aplica en todos los tiempos y especialmente en nuestros días, a todos los hijos de Dios; porque este es el anhelo del corazón de Dios, que seamos prosperados en todas las cosas, que tengamos salud, y que nuestra alma prospere.

Desafortunadamente por mucho tiempo hemos mal interpretado estas hermosas palabras y promesa de Dios, porque hemos creído que por  el solo hecho de ser creyentes, nos merecemos toda la abundancia, la salud y la prosperidad, ignorando que la bendición de Dios  está sujeta a la obediencia a Dios y su palabra.

Cuando estaba en el mundo, de alguna manera, consciente o inconscientemente, creía que la vida,  el mundo, las personas, la familia, los amigos y aun hasta La Iglesia,  “me debían”  y que merecía todo lo que me daban, por el simple hecho de existir, y aunque suena feo, muy feo, por favor no se extrañen, esa es la teoría de este siglo: creer que “El Universo, conspira a mi favor” y que todo lo que tenemos, es porque lo merecemos; esta es la falacia del enemigo, la artimaña del diablo, el  “paganismo” disfrazado de espiritualidad; sin embargo Dios tuvo misericordia de mí y abrió mis ojos y tuve que aprender, con  sufrimiento y corrección de parte de nuestro  Padre celestial que hizo la luz en mí y puedo declarar que estoy aprendiendo a tener mayordomía, a manejar con sabiduría los recursos que Dios me da, a proveer para mi propia casa y a ser fiel aun en lo poco, ejercitándome así  para retos mayores.

Estos atributos, son un fruto del progreso de nuestra alma y  la condición que Dios nos impone para que se cumpla la primera parte de la promesa: que ser prosperados en todo y tener salud.

Lamentablemente la condición de muchos amados, hijos del Dios Altísimo, todavía está en pañales, aún tienen sus esperanzas puestas en la suerte, en sí mismos, en el éxito, en el universo, en la prosperidad y hasta esperan que “otros” les ayuden a solucionar  sus problemas, les cumplan sus “sueños” y les “regalen” lo que ellos quieren y por lo que deberían de  trabajar, luchar y pelear para lograr la bendición; porque aún no han entendido que es Dios, (Trinitario) nuestro proveedor,  nuestro amigo, consolador, intercesor, abogado y maestro,  Señor y Salvador. Al único al que debemos pedir y servir,  al único que nos da, sin cobrarnos con el precio de nuestra alma; el único en el que podemos confiar; el dueño de nuestra vida, de toda la tierra, del oro y la plata de este mundo, al dueño de la casa, al Señor de toda la creación.

Tenemos una batalla que pelear, pero Dios está con nosotros, para asegurarnos la victoria y esa batalla comienza dentro de nosotros mismos, porque con lo primero que debemos batallar es contra nosotros mismos, con nuestra mente, con nuestra  vieja naturaleza, con el viejo hombre, con el hombre fuerte que vive en nosotros,  con nuestra pasada manera de pensar, de actuar y de sentir, desechando todo lo que viene del mundo, porque el mundo no conoció a Dios, ni lo conocerá jamás; renovando nuestra mente día, tras día en la Palabra de Dios, circuncidando nuestro corazón, apartándonos del mal, haciendo el bien, negándonos a nosotros mismos y con nuestra mirada puesta en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, permitiéndole al espíritu, que nos guíe, que nos enseñe, escuchando su voz, no endureciendo nuestro corazón, siendo sensibles a la voz de Dios y sensibles a la necesidad humana de conocer el evangelio de salvación.

Y es que mucho de  nuestro sufrimiento en realidad se deriva de esta lucha diaria que libra nuestro espíritu contra nuestra carne; porque una cosa queremos en la carne y otra cosa es el querer del espíritu y la voluntad de Dios; es así como sufrimos, lloramos, pataleamos y hasta creemos que Dios no nos escucha o no nos ama. Cuidado, hay que estar atentos a nosotros mismos, saber qué  viene de la carne (es muerte) y qué  viene del espíritu (es vida), porque El mismo te llevara a toda verdad, te consolara,  te dará discernimiento, sabiduría e inteligencia, temor de Dios y finalmente, te dará La Victoria en Cristo.

“Hijo mío, no te olvides de mi ley,
    Y tu corazón guarde mis mandamientos;

Porque largura de días y años de vida
Y paz te aumentarán.

Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad;
Átalas a tu cuello,
Escríbelas en la tabla de tu corazón;

Y hallarás gracia y buena opinión
Ante los ojos de Dios y de los hombres.”

Proverbios 3:2-4 

por Hefzi-ba Palomino

Escrito para www.devocionaldiario.com

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