Donde el amor y la ira se enfrentaron – Charles F. Stanley

¿Cómo pueden coexistir el amor y la ira de Dios, y mucho menos que se unan para algo bueno?

por Charles F. Stanley

charles-stanley¿Qué ve usted cuando mira la cruz? ¿Simplemente un instrumento de muerte? ¿Un pedazo de madera? ¿Un emblema de la fe cristiana?

Si son éstas las cosas que usted ve, entonces no ha captado el mensaje más importante de toda la Biblia, porque la sangre de Jesucristo es el tema central de la Palabra de Dios, de principio a fin.

Alguien cuya vida ha sido transformada por la gracia de Dios, ve mucho más que un símbolo y un tema de argumentación. Esa persona ve el corazón del Dios vivo. La cruz es el medio mediante el cual somos redimidos de la pena del pecado, reconciliados con Dios y totalmente perdonados. Todo en la Biblia señala a, o fluye de, la obra de Jesús en el Calvario.

La Biblia dice que todos nosotros hemos pecado y que hemos sido destituidos de la gloria de Dios, que el pago del pecado es la muerte, pero que el regalo de Dios es la vida eterna (Romanos 3:23; 6:23). La Biblia nos dice también que si decimos que no hemos pecado hacemos a Dios mentiroso y la verdad no está en nosotros (1 Juan 1:10). Por su Palabra, sabemos igualmente que daremos cuentas a Dios de nuestros hechos, en el día del juicio (Romanos 14:12).

Si usted quiere saber qué tan serio es para Dios el problema del pecado, mire la cruz. Nos gusta pensar que la cruz es una maravillosa expresión del amor de Dios, y eso es verdad. Pero no podremos entender su mensaje (ni la profundidad del amor de Dios) hasta que reconozcamos algo de Su odio al pecado. La cruz es donde el amor de Dios y su ira se enfrentaron.

Cuando el apóstol Pablo predicó en Corinto, explicó esto a los filósofos de varias creencias. Pero, para ellos, sus palabras eran una ridiculez, porque el único concepto que tenían de una cruz es que era algo para condenar y crucificar criminales. La idea de que un medio de ejecución tuviera que ver con la salvación de una persona, les parecía absurdo.

La doctrina de la salvación sigue siendo difícil de entender para muchas personas. ¿Cómo pueden coexistir el amor y la ira de Dios, y mucho menos que se unan para algo bueno? Pero en la Biblia hay muchos versículos que hablan de la ira de Dios, la cual yo defino como Su intenso odio al pecado.

Quienes creen en Él tienen vida eterna. Pero los que no creen, viven bajo la nube de la justicia de Dios; Él odia al pecado porque sabe que éste destruye todo lo que toca. Pablo lo explicó, diciendo: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18). Una filosofía común de aquel tiempo, era que las buenas obras aseguraban la entrada al cielo. En respuesta a esta idea, Pablo dijo: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Romanos 2:4, 5).

No podremos, en realidad, entender el significado del amor de Dios hasta que entendamos lo que le costó a Él expresarnos ese amor. La cruz no es lo que nos salva; es la Persona que murió allí, y lo que le sucedió, lo que hace posible que cualquiera de nosotros pueda tener esperanza.

Cuando Jesús murió en la cruz, Dios dirigió Su odio al pecado hacia Su Hijo. Pero Jesús no murió obligado. Él vino al mundo voluntariamente y puso Su vida como rescate por los demás, diciendo: “Nadie me la quita [la vida], sino que yo de mí mismo la pongo” (Juan 10:18).

Encontramos el ejemplo más visible de la ira de Dios, donde menos lo esperaríamos: sobre los hombros de Su Hijo unigénito, que era absolutamente inmaculado y quien nunca hizo nada malo. La muerte de Jesús no fue algo que hicieron los romanos; ellos fueron simplemente participantes en lo que Dios hizo. Pablo lo explicó de esta manera: “A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hch. 2:23, 24).

¿Por qué quiso Dios dirigir Su intenso odio del pecado hacia su perfecto e inmaculado Hijo? Por una sencilla razón: porque para eso había venido. Uno de lo principales temas de la Biblia es la ira de Dios dirigida hacia Su Hijo para cumplir Su propósito. Dios, en el proceso de redimir a la humanidad, tiene un plan maravilloso para perdonarnos, quitar el castigo de nuestro pecado y darnos la vida eterna. En eso consiste la cruz.

Cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador personal, se produce el perdón. Somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24). La perfecta justicia de Dios exigía el pago de un castigo por el pecado. Por tanto, Dios podía, o bien condenarnos a todos nosotros a la separación eterna de Él —que era lo correcto—, o bien dirigir Su castigo hacia alguien que pudiera tomar nuestro lugar. Y puesto que Dios exige un sacrificio perfecto (Deuteronomio 17:1), sólo una persona que no hubiera pecado podía expiar nuestro pecado.

Ésa fue la razón por la que envió a Su Hijo. Puso la culpa de toda la humanidad sobre Jesucristo, y luego lo condenó. La Biblia dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Coriontios 5:21). Dios lo condenó a Él en lugar nuestro.

Todos nosotros nos hemos sentido culpables en algún momento de nuestra vida. Quizás usted puede pensar en alguna vez que no podía decirle a Dios lo mal que lo hacía sentir esto. Vivía en medio del desasosiego que le producía la culpa, y se sentía miserable e infeliz, deseando que sucediera algo que le quitara esa angustia.

¿Es usted capaz de imaginar lo que significa cargar con el pecado de toda la humanidad? No tenemos manera de calcular esa clase de dolor y sufrimiento. Cuando pensamos en la cruz, tendemos a pensar en los clavos en las manos y los pies de Jesús, en la corona de espinas y en la lanza que le perforó el costado. Pero el sufrimiento físico que Jesús soportó fue leve comparado con la separación de Su Padre. Jesús dio un grito de angustia, cuando le preguntó al Padre si había otra forma de que “pasara” de Él esa copa (Mt. 26:39). Él sabía que había venido como el Cordero de Dios, que había venido a morir. No le estaba pidiendo a Dios que le evitara la crucifixión, sino estaba lamentando Su separación del Padre.

Pero, para que Él pudiera pagar la deuda de pecado por toda la humanidad, tenía que soportar la separación y abandonarse a la ira de Dios. Cuando esto sucedió, Jesús clamó: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46, La Biblia en lenguaje sencillo). Él sabía que se levantaría de la tumba, y que se sentaría a la diestra del Padre para interceder por nosotros. Pero aun así, se angustió.

Creo que lo que Él quiso decir, fue: ¿Por qué has permitido este horrible intenso dolor en Mi espíritu? Es que el sufrimiento duró horas. Jesús pagó la deuda de pecado del mundo en un aterrador acto sobre Su cuerpo, alma y espíritu, y finalmente dijo: “Consumado es”. Y después de haber encomendado Su Espíritu al Padre, murió (Juan 19:30; Lucas 23:46).

Fue a través de ese espantoso acto de amor extremo que Dios expresó su divino amor y, al mismo tiempo, su ira más intensa. ¿Por qué lo hizo? Porque no tenía otra manera de declarar justos a los culpables pecadores, a menos que alguien tomara nuestro lugar y pagara nuestro castigo.

No somos salvos por nuestra justicia, sino por la misericordia de Dios: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8, 9). Sin la cruz, estamos perdidos. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). En otras palabras, sin la sangre derramada por nuestro Salvador no hay perdón.

Los acontecimientos más importantes de la historia humana son el nacimiento de Jesucristo y Su crucifixión. Por fortuna, la historia no termina con la cruz, porque Jesús resucitó. Al hacerlo, venció a la muerte. ¿Quién tiene el poder sobre la muerte? Nadie más que el Todopoderoso mismo. Jesús, cuya muerte fue expiatoria, se levantó de la tumba, ascendió al Padre y está sentado a Su diestra como el Rey que vendrá a juzgar a toda la humanidad.

Gracias a la cruz, Dios tiene el divino derecho de decir: “Has pecado contra Mí, te has rebelado contra Mí y has escogido apartarte de Mi voluntad. Pero por haber tú aceptado la muerte de Mi Hijo como el pago total por tu pecado, te declaro inocente y te doy la promesa de la vida eterna en el cielo”.

Es posible que usted haya estado en la iglesia muchas veces, dado un montón de dinero u orado mucho, pero, ¿ha reconocido alguna vez que, de acuerdo con la Palabra de Dios, usted no puede salvarse a sí mismo? En la cruz, la divina ira de Dios se enfrentó con su infinito amor para producir una ofrenda de sangre que lava la culpa del culpable pecador.

Cuando usted mire la cruz, espero que vea algo más que un símbolo religioso. Porque ella es el más grande de todos los regalos. Es nuestro pasaporte a la vida más allá de esta tierra, y a un hogar eterno en el cielo.

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