Richard L. Mabry – Formación de la roca

La peregrinación espiritual de Simón Pedro

por Richard L. Mabry, MD

simon-pedroCuando pensamos en los apóstoles, en esos hombres que anduvieron cada día con Jesús, nos los imaginamos como las personas devotas que jamás podríamos llegar a ser. De no ser así, razonamos, ¿cómo pudo Dios usarlos? En realidad, los apóstoles de Jesús fueron 12 hombres bastante comunes con muchos de nuestros defectos. Un ejemplo perfecto —o más bien imperfecto— es Simón Pedro. Este tosco e impulsivo pescador de Galilea tenía defectos, al igual que nosotros. Pero Jesús lo usó poderosamente, del mismo modo que puede usarnos a nosotros.

UN LLAMADO PODEROSO

Pedro dejó un trabajo respetable para seguir a Jesús (Lucas 5:1-11). Él y sus socios en el negocio de la pesca habían llegado a la playa del lago de Genesaret y estaban lavando sus redes, cuando Jesús se les acercó. Entró en la barca de Pedro y le pidió a los pescadores que se adentraran un poco en el lago para poder dirigirse a la multitud desde allí. Cuando el Señor terminó de hablar, le dijo a Pedro que descolgara sus redes para pescar. A pesar de que había estado tratando de pescar toda la noche sin ningún éxito, Pedro hizo lo que Jesús le pidió, y sacó tantos peces que la embarcación casi se hundió.

Por haber sido pescador durante muchos años, Pedro entendió la magnitud del milagro que acababa de presenciar. Estaba claro que Jesús era más que un maestro, más que un profeta: era un ser divino. Por esta toma de conciencia, Pedro tembló y cayó de rodillas ante Él. Entonces el Señor le hizo el llamado de dejar las redes y unirse a Él para una clase de pesca diferente: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). A pesar de que, para Pedro, dejar su trabajo no era fácil, la chispa de fe que había en su corazón había comenzado a convertirse en una llamarada, y se marchó con Jesús.

A veces, un hecho inusual logra captar nuestra atención y nos dirige al Señor. Puede ser algo terrible lo que nos hace buscarle, como serían una enfermedad, una muerte, un accidente o alguna otra tragedia. Otras veces, le adoramos por estar agradecidos de las bendiciones recibidas, que sólo pudieron venir de la mano de Dios. Esta respuesta agradecida es, por supuesto, correcta, pero mucho mejor sería que nuestro caminar con Él, nuestra vida de oración y nuestro servicio al Señor, fueran siempre permanentes, al margen de los altibajos de nuestra vida.

DÍAS DE FORMACIÓN

Cuando Andrés trajo a su hermano para que conociera a Jesús (Juan 1:40-42), el Señor miró a Simón y le dio el apodo de Pedro, que significa “roca”. A pesar de que el nombre indicaba una solidez inquebrantable, no hubo una evidencia inmediata de que Simón sería el discípulo fiel y constante de Jesús. Esa transformación tendría que ser gradual.

Debió de haber sido emocionante seguir a un hombre que decían ser el Mesías prometido. Pedro escuchaba la enseñanza de Jesús y veía las maravillas que Él hacía frente a sus ojos, como la transformación del agua en vino, la curación de su propia suegra y la resurrección de una niña (Juan 2:7-11; Marcos 1:30, 31; Lucas 8:51-55). Eran días de milagros y de expectativas de mayores cosas que habrían de venir. Los hechos que estaba presenciando debieron de haberle presentado el reto de tratar de hallarle sentido a enseñanzas que parecían estar más allá de su comprensión (Mateo 15.15, 16). Sin embargo, había una atracción irresistible que lo llevaba a mantenerse siguiendo a ese ex carpintero.

La fe de Pedro crecía a medida que andaba con Jesús, pero, al igual que los otros discípulos, no siempre entendía el significado de lo que estaba viendo y oyendo. Por ejemplo, en el monte de la transfiguración se quedó pasmado cuando vio a Jesús hablando con Moisés y Elías. Pensando únicamente en la manera práctica de prolongar el momento, Pedro se enrolló las mangas y se ofreció a construir tres cabañas para que los tres pudieran permanecer allí. Pero fue necesario que una voz del cielo le recordara que Jesús era la figura central de esa escena. Él era mayor que la Ley y los Profetas; Él era el hijo de Dios (Lucas 9:28-35).

A veces, la impulsividad de Pedro lo llevó a meterse en problemas. Cuando los discípulos vieron que Jesús se dirigía a su barca sobre las olas, fue Pedro quien pidió también caminar sobre el agua. Aunque después de dar varios pasos sobre las agitadas olas, comenzó a hundirse (Mateo 14:25-31). Jesús le extendió el brazo al pescador, y lo censuró amablemente por su fe vacilante. (Sin embargo, es digno de señalar que a pesar de que sus pasos no fueran perfectos, Pedro fue el único que estuvo dispuesto a arriesgarse para llegar hasta donde estaba el Señor).

Nuestro caminar con Jesús no siempre es fácil, al igual que Pedro podemos tener momentos de desánimo y de altibajos en nuestra devoción al Señor en los que no podemos ver las cosas con claridad, es por eso que nos hundimos en las dudas y en los temores. Lo que tenemos que hacer es tomar con calma los reveses y tener una buena relación con el Señor. Esto fue lo que caracterizó la fe de Pedro, y también la meta a la cual debemos nosotros apuntar.

DESALIENTO Y VICTORIA

El arresto de Jesús, su juicio (en el que Pedro negó al Señor tres veces) y Su muerte en la cruz, dejaron a los discípulos en el punto más sombrío de sus vidas. Aquél a quien Pedro había llamado el Hijo de Dios estaba ahora muerto. ¿Cómo pudo sucederle esto al Maestro?

Pero llegó la mañana del Domingo de Pascua y Pedro estuvo entre los primeros que oyeron la noticia de la gloriosa resurrección de Cristo. Más tarde, cuando los discípulos estaban pescando y vieron al Señor resucitado en la playa, fue Pedro el primero que se lanzó al agua para nadar hasta Jesús (Juan 21:1-7). En la reunión que siguió, Jesús le dijo tres veces a Pedro que apacentara sus ovejas. Aquí había un llamamiento claro al discípulo de poner en acción la fe que había estado desarrollando en Él.

Ahora las parábolas y las enseñanzas le eran comprensibles. La muerte y la resurrección de Cristo pintaban los detalles finales en el cuadro de la redención. Había llegado el momento de que el “pescador de hombres” comenzara a predicar las buenas nuevas. Y lo hizo.

El libro de los Hechos está lleno de demostraciones de la fe madura de Pedro (Hechos 2:1-41). El libro relata la manera como predicó con poder, diciendo a todos los que quisieran escuchar que Jesús era realmente el Mesías. Contó lo que había visto, lo que sabía que era cierto. Compartía una fe que era sólida como una roca.

CON DEFECTOS, PERO FIELES

La mayoría de nosotros tenemos mucho en común con Pedro. Hay momentos en que nuestras acciones son impulsivas e incluso inmaduras. Si no negamos al Señor con nuestras palabras, sí lo negamos con lo que hacemos. Nos hundimos bajo las olas de los fracasos, y tenemos que clamar a Jesús que nos saque a flote con su mano.

Nuestro Creador utiliza cada día a personas comunes y corrientes para hacer cosas extraordinarias, así como usó a Pedro. Para servir a Dios no tenemos que ser perfectos. Para ser usados por Dios, no tenemos que saber todas las respuestas. Sólo hace falta tener fe, una vez que crezca con el tiempo, una fe que se haga más profunda por la experiencia, una fe como la de Simón Pedro, un pescador común y corriente a quien Jesús llamó Roca.

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