Planos enrevesados para edificadores pacientes – Osmany Cruz Ferrer

Planos enrevesados para edificadores pacientes

“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4)

Mi familia y yo acabamos de mudarnos a otra ciudad de España. Aún hay algunas cajas sin abrir, tropiezo con la bicicleta mal ubicada de mi hija mayor, y no acabo de encontrar los folios que necesito para mis notas. A pesar de estos contratiempos, la casa ha ido poco a poco pareciendo un hogar, así que fui a comprar un escritorio para mi oficina, el anterior ya estaba demasiado viejo para trasladarlo mil kilómetros. Llegué a la tienda, escogí el modelo y con la ayuda de un buen amigo lo trasladé a casa.

El escritorio venía desarmado por piezas en una caja larga y rectangular. Abrí la caja, saqué las piezas, las bolsas con los tornillos y demás aditamentos. Coloqué el plano que adjuntaba el fabricante y pensé que aquello era pan comido, pero no fue así. Las piezas que debían tener una numeración estaban sin etiquetar y a primera vista habían más tornillos de los que yo creía necesarios. El plano parecía simple, pero el paso uno y el dos se me confundían con el tres y el cinco. ¿Qué despistado ingeniero de escritorios dibujó este plano? Pasó una hora y dos y aún el escritorio seguía sin cobrar forma. En la obra de Mary Shelley, el doctor Frankestein demoró menos en construir a su monstruo que yo en terminar mi escritorio.

Me enojé, me frustré, me arrepentí de haber comprado el escritorio, intenté dejarlo a medias y seguir al día siguiente, pero no, decidí algo mejor, algo que me produjo el beneficio esperado. Me determiné a tener paciencia, al fin y al cabo, era mi mejor opción. Giré con parsimonia cada pieza, miré el plano con más detenimiento, barajé con lentitud de tortuga anémica la posibilidad de usar este tornillo o el otro y, para sorpresa mía, las piezas fueron encajando cada una en su lugar. Al cabo de las tres horas y media, terminé mi obra. Probablemente haya establecido un nuevo Record Guinnes de lentitud en armar un escritorio, pero estaba feliz, ahora el plano no me parecía tan alocado, ni la tarea tan difícil, ni los tornillos tan dispares, ni las piezas tan desordenadas. Había reaprendido la importancia de tomarme las cosas con calma.

Después de este episodio puntual me quedé pensando en la metáfora que éste encerraba. Piezas confusas, planos ilegibles, desconcierto,  desasosiego, frustración… Constaté que mi escritorio es una versión en miniatura del día a día moderno. Debemos colocar cada pieza del día en su lugar, pero no encontramos cómo hacerlo coherentemente. Llega el desespero y el estrés y eso no hace más que empeorar las cosas, porque una mente ofuscada no razona bien y no hace buenas elecciones. Entonces uno se plantea si hay una manera mejor de hacer las cosas, si hay un plan B, si hay un camino mejor. La respuesta es, sí. La Biblia habla del fruto del Espíritu, la virtud de Dios fluyendo en nosotros para cada ocasión de necesidad.

Cuando entiendes que necesitas eso que solo puede darte el Señor, y eres capaz de depender de él para cada suceso grande o pequeño de la vida, entonces todo dentro de ti está listo para enfrentar la baraúnda de la vida. El sonido ensordecedor del afán no te controlará. El temor no te dominará. La ira no hallará lugar propicio donde hacer su nido y la frustración no será nunca el corolario de tu día.

La paciencia tiene su recompensa. Santiago escribió: “Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11). Imitemos tales ejemplos y tendremos similares resultados. Enfrentemos cada jornada saturados de la paciencia que sabe entrever a Dios en todo. Disfrutemos de cada evento de la vida desde la confianza y la paz de Dios. Enfrentemos los complejos planos y las piezas contradictorias de la vida con una buena dosis de paciencia, la cual nos dará Dios, si tan solo se lo pedimos.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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