Kay Harms – Mis más sinceras disculpas

Mis más sinceras disculpas

por Kay Harms

falta-de-perdonEstábamos en un punto muerto. Yo había pedido disculpas, y mi esposo había hecho lo mismo, pero incluí mis observaciones con un comentario muy feo acerca de él, manifestándole que había sido demasiado sensible. Por su parte, él justificó su conducta como una reacción a mi actitud. Nos sentamos, uno frente al otro, sin sentirnos mejor que antes de empezar a ofrecernos disculpas. En realidad, no supimos cómo decir “lo siento”.

En más de veinte años de matrimonio, mi esposo y yo nos hemos dicho estas palabras cientos de veces. En realidad, por cada ocasión en la que yo lo he hecho, él ha pedido perdón unas cien veces, vaya que sí, no porque él tuviera que hacerlo más que yo, sino porque es mejor que yo en esto. Cuando me siento arrepentida por alguna acción o palabra indebida, mi corazón formula la disculpa, mi mente le da forma y luego se me queda atorada en la garganta. Creo que el término teológico para describir este “hecho”, es orgullo.

¿Has tenido esta experiencia? Aunque no la hayas tenido, probablemente sabes lo difícil que es manejar el orgullo y al mismo tiempo rectificar. La mayoría de nosotros tenemos que pedir disculpas a menudo, ya sea por un error involuntario o por algún mal comportamiento intencional. Las disculpas son simplemente una parte necesaria de las relaciones, pero hay una diferencia entre una disculpa sincera y efectiva que abre el camino para la reconciliación, y la clase de disculpa que simplemente enturbia las aguas.

Recuerdo la primera vez que mi esposo cuestionó mi uso de la palabra “pero”, cuando ofrecía una disculpa. Eso me dejó atónita. Yo pensaba honestamente que estaba haciendo algo muy correcto al expresar mis disculpas. Él me dijo que cuando uno se disculpa, el añadir “pero…” anula, en realidad, todo lo dicho antes. ¿Quién sabía que había una manera correcta de pedir disculpas? Yo, ciertamente, no era esa persona. Todavía perpleja, me puse las manos en las caderas y cuestioné su afirmación. Mi esposo procedió, entonces, a darme la primera regla que yo había oído jamás sobre el asunto: “Cuando tú dices ‘discúlpame por no haberte llamado para decirte que iba a llegar tarde, pero tú debiste haber sabido donde me encontraba’, esto último anula la admisión de culpa. Tú no puedes usar la palabra ‘pero’ al mismo tiempo que “discúlpame”.

No quería admitirlo, pero él tenía razón. Yo estaba reconociendo mi mal comportamiento, y justificándolo al mismo tiempo, sin ninguna consideración por sus sentimientos. El verdadero arrepentimiento le cuesta algo al ofensor, y le muestra consideración y respeto al ofendido.

A lo largo de los años, mi esposo y yo nos hemos puesto de acuerdo en algunas otras reglas, y cuando las cumplimos, nuestras disculpas son más efectivas. He descubierto que, con la práctica, “la garganta se me atora menos”. Ve si los consejos que siguen a continuación te ayudan a rectificar.

Habla con sinceridad. La disculpa falsa sólo aviva el fuego. Desestima los sentimientos de la otra persona, le resta importancia a la falta y evita el verdadero arrepentimiento. Debes demostrar pesar verdadero. No son sólo las palabras que dices, sino también el tono de la voz y el lenguaje corporal lo que comunica autenticidad; y la humildad es la clave en todas estas tres áreas. Por eso es una buena idea pedir la ayuda de Dios antes de intentar ofrecer disculpas. La lectura cuidadosa de Filipenses 2.1-8 me ayuda a poner mi orgullo bajo control. Me recuerda que Jesús se humilló a sí mismo hasta la muerte por mí. Sin duda, entonces, yo también puedo humillarme a mí misma lo suficiente como para pedir perdón con sinceridad.

Acepta la responsabilidad. ¿Has tratado alguna vez de ofrecer disculpas, y al mismo tiempo buscar un escape para evitarlo? Yo lo he hecho. El verdadero arrepentimiento no busca escapes. Si realmente estoy arrepentida de mis acciones y preocupada por los sentimientos de la otra persona, acepto la responsabilidad por la herida causada. Puedo decir, por ejemplo: “No te dije que iba a llegar tarde para cenar, y eso fue desconsiderado de mi parte”. No es necesario exagerar mi falta, ni llevar una carga por cosas que no hice, pero sí tengo que ser sincera y abierta en cuanto a mi comportamiento.

Después que haya reconocido mi falta no necesito añadir: “Es que estuve muy ocupada haciendo algunas cosas importantes”, o “tú hiciste lo mismo la semana pasada”, o “pensé que sabrías dónde me encontraba”. Excusas, excusas, excusas. Recuerda que los “peros” son un intento por negar nuestra responsabilidad.

Reconoce los sentimientos de la otra persona. Filipenses 2.3, 4 nos dice que no debemos ver las cosas simplemente desde nuestra perspectiva, sino que debemos considerar primero los sentimientos de los demás. En aras de la reconciliación, tengo que poner mis emociones a un lado, y tomar en cuenta cualquier dolor que pueden haber provocado mis acciones.

Pero seamos realistas: a veces, cuando somos acusados simplemente no entendemos por qué. Esas mismas acciones no nos habrían molestado a nosotros en lo más mínimo, o al menos eso creemos. Pero, independientemente de cómo hubiéramos respondido al mismo trato, podemos al menos valorar lo suficiente a la otra persona para reconocer sus sentimientos. Es posible que a mí no me importe que una amiga se olvide de mi cumpleaños, pero supongamos que yo paso por alto el suyo y, como resultado, pone en duda mi amor hacia ella. En tal situación, yo necesito considerar sus sentimientos con un comentario como: “Veo que mi descuido te dolió al darte la impresión de que no me importas”.

Di: “Lo siento”. Quizás estas palabras se usan excesivamente, pero todavía tienen un lugar muy importante en una disculpa sincera. El “lo siento” comunica que yo lamento el haber causado un dolor, ya sea porque herí los sentimientos de alguien, o porque le pisé un dedo a otro, o porque puse furiosa a una persona. Tú puedes, desde luego, expresar tus disculpas de otras maneras, diciendo, por ejemplo: “Me duele en el corazón haber herido tus sentimientos”, “lamento el dolor que te causé”, o “siento vergüenza por las palabras que te dije, y por el dolor que te causé”. Sólo que ellas sean sinceras.

Pide perdón. Éste es, a menudo, el paso que, en realidad, arregla el asunto. Deja la decisión en manos de la otra persona, dándole la oportunidad de cancelar tu deuda y acreditarte un poco de buena voluntad. Le dice que tú valoras la relación lo suficiente como para buscar la renovación de su aprecio.

Cuando le digo a mi hijo que me perdone por haber llegado tarde a buscarlo en la escuela, le hago saber que lo estimo, y que su perdón es importante para mí. Por el contrario, si simplemente le digo que lo siento, pero no le doy la oportunidad de que me perdone, le estoy comunicando, en realidad, esto: “Olvídalo, aguanta esto y cálmate”.

Escucha y olvida. Justo cuando piensas que has ofrecido una disculpa maravillosa, te das cuenta de que el asunto aún no ha terminado. Lamentablemente, al pedir perdón, tú le das a la persona ofendida el permiso para que se exprese. Es posible que tú tengas la bendición de recibir un simple: “De acuerdo; te perdono. Olvídalo”. Pero, puede ser que oigas algo como: “Está bien, pero la próxima vez… yo nunca te haría eso a ti… espero que hayas aprendido… puede que necesite un poco de tiempo para olvidar esto…”

Si tienes la actitud humilde de Cristo en 1 Pedro 2:21-24, puedes marcar el comienzo de la verdadera reconciliación. Jesús no respondió con gritos desde la cruz a quienes le lanzaban insultos. Ni tampoco llamó a una legión de ángeles para ponerlos en su sitio. Simplemente murió por ellos. La verdadera disculpa exige una muerte al yo personal.

Definitivamente, ofrecer disculpas es un arte. Pero la buena noticia es que la mayoría de nosotros tenemos muchas oportunidades para ponerla en práctica.

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