En Ofra de los Abiezeritas – Osmany Cruz Ferrer

EN OFRA DE LOS ABIEZERITAS. 

“Y edificó allí Gedeón altar a Jehová, y lo llamó Jehová-salom; el cual permanece hasta hoy en Ofra de los abiezeritas”

(Jueces 6:24).

Siete años bajo un poder invasor y saqueador pueden hacer que toda una nación se empobrezca y esté al borde de la desaparición. Israel llevaba ese tiempo bajo el poder de Madián, una especie de piratas terrestres que en tiempos de cosecha le robaban todo cuanto recogían, incluso los animales y cualquier cosa de valor que poseyeran. En semejante momento Dios llama a un hombre, Gedeón, para liberar a la nación, luego de que ésta reconociera su pecado y alejamiento voluntario de Dios.

Gedeón estaba escondido en una cueva por miedo a los madianitas. Su nombre no sonaba muy ilustre a oídos de sus contemporáneos. Significaba sencillamente: “leñador”,  “talador”, “picapedrero”. Su estirpe no era de las más insignes del lugar. Su familia era de las más pobres de Manasés y la más pequeña de todas. Dios llamó a un hombre con semejantes características para demostrar su poderío invencible. Le pidió a un campesino sencillo que defendiera el lugar donde él lo había puesto y ser testimonio desde Ofra de los abiezeritas a todas las naciones.

El camino de la obediencia fue difícil. En el proceso hubo de derribar los altares de Baal y de Asera que pertenecían a su familia. Este acto casi le cuesta la vida. Le tocó juntar tribus que durante años habían estado desunidas y temerosas. Dios le ordenó de prescindir de efectivos militares que estratégicamente necesitaba para la guerra, dejándole la ridícula cantidad de trescientos soldados.

El Señor dio testimonio a aquel a quien llamaba. Envió a un profeta y a un ángel para hablarle al picapedrero de Manasés. Confirmó su misión a través de un vellón que contra todas las lógicas estaba seco o mojado según la petición de Gedeón, y dio sueños a sus enemigos de la derrota eminente que les sobrevendría. Eran trescientos israelitas contra treinta y cinco mil madianitas. La batalla más desigual de la historia, pero Dios le concedió un asombroso triunfo a su pueblo. Así actúa el Señor cuando respalda una misión.

Todos tenemos nuestro Ofra de los abiezeritas. Un lugar donde Dios nos ha puesto para que lo cuidemos y defendamos. El pecado puede hacernos perder territorio espiritual y hacer de un creyente una criatura huidiza y temerosa. Los enemigos de nuestra alma pueden tomar ventaja si cedemos el lugar que Dios nos dio. Nos toca luchar con valor por aquello que hemos recibido aunque no tengamos la fuerza, o los recursos humanos para luchar.  En medio de la baraúnda y el desorden se revela Dios como Jehová-salom, el Dios de paz. No importa cuántos adversarios se junten en nuestra contra, Dios desarma al enemigo y nos da victoria retumbante.

El camino hacia alcanzar las promesas de Dios puede ser amenazador a la vista, pero Dios respaldará siempre su causa. Si tiene que enviar un profeta lo hará, si tiene que enviar un ángel lo hará, él pondrá sus recursos a nuestro alcance. Es hora de salir de la cueva del temor, del afán, del desasosiego, del pecado y defender nuestro lugar. Defiende tu familia, defiende tu ministerio, tus relaciones, tus logros. No dejes que ningún “madianita” te quite aquello que Dios te otorgó.

Al igual que Gedeón, no contamos con méritos propios. Somos como ese campesino de Manasés y por ello nos aferramos a la grandeza de Dios en nosotros, a su gracia eternal y a su llamado inefable. Nos proyectamos hacia adelante, confiando en lo que el Señor de antemano nos dijo. Cuidaremos todo aquello que el buen Dios nos ha otorgado, y ello al precio que sea necesario. Nos empeñaremos en obedecer a Aquél que nos llamó por soldados y nos tuvo por fieles poniéndonos en el ministerio. Si el enemigo se interpone, sufrirá las consecuencias de una iglesia arrolladora, que avanza en obediencia a las órdenes divinas.

Edificaremos altares de adoración al Dios que nos da paz en medio de la frustración, el peligro y el dolor. Cada uno en su propio Ofra de los abiezeritas, cada cual en su lugar. Todos y cada uno de nosotros debemos defender todo lo bueno que hemos recibido del Señor. No hay mejor manera de honrar a quien nos amó y se entregó por nosotros, al Mesías de Dios, Jesús.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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