Cuando el propósito de Dios parece esquivo – Osmany Cruz Ferrer

Cuando el propósito de Dios parece esquivo

“Jehová cumplirá su propósito en mí; tu misericordia, oh Jehová, es para siempre; no desampares la obra de tus manos”

(Salmo 138:8)

Fue ungido para ser rey, pero sufrió la envidia, la persecución, y el aborrecimiento de quien debía ser su mentor. Doce años de huidas pudieron hacerlo desistir de aquello que un día fue certeza plena, pero que había tenido que dejarse a un lado para sobrevivir a la cacería de un rey implacable. Escapes y penurias en lugar de reconocimiento y autoridad. Recibió todo lo contrario a lo que se había imaginado, al menos durante un poco más que una década. El camino hacia la promesa era más largo de lo que imaginaba. El ungimiento había tenido lugar, pero el proyecto de Dios parecía diluirse entre intrigas palaciegas e intenciones homicidas. Dios, sin embargo, cumplió su designio, no cuando los hombres pensaron que era momento, sino justo cuando todo parecía perdido. Así hizo Dios con David y así suele hacer con sus ungidos.

José soñó sueños de Dios que parecieron pretensiosos a los hombres. El camino hacia ellos estuvo relacionado con un intento de fratricidio, la esclavitud, la calumnia y la cárcel. Más de diez años de penurias, donde fue todo un logro que al menos conservara la fe. El tramo hacia la cúspide de un servicio le costó todo, pero el precio se vio remunerado cuando, por su paciencia, pudo salvar a una nación, y a una genealogía mediante la cual vendría el Mesías de Dios.

Los propósitos de Dios suelen ser en apariencia esquivos. Sus promesas pueden llegar a parecernos huidizas y en ocasión podemos llegar a creer que nos hemos inventado todo. Que lo que antaño Dios nos dijo fue sugestión humana y ambiciones carnales. El proceso hacia la meta puede desgastar armaduras y volvernos vulnerables, o puede consolidar un carácter y darle contenido a lo que llegaremos a ser para ese momento. No hay salidas de emergencia, ni atajos que eviten un proceso que es divino. Es Dios quien permite que una y otra vez escape de nosotros aquello que pretendemos obtener hasta que estemos listos para valorarlo. El proceso es tan importante como la meta. Nuestra reacción ante lo primero trunca o hace posible lo segundo.

Imagine a David sin sus huidas y tendrá a un jovencito envanecido, a un rey inexperto incapaz de entender lo que significa ser un súbdito. Un autócrata petulante y megalómano. Tales monstruos engendra el facilismo. Imagine a un José sin sus prisiones. Hubiera sido un hijo más de Jacob pidiendo comida en Egipto. Los contratiempos son la materia prima con la que Dios edifica sus obras de arte.

Las promesas de Dios no huyen, sino que se acercan con cada valla saltada. No escapan de nosotros, son atraídas con cada buena decisión, con cada paso perseverante, con cada amén ante lo que acaece. Dios no prometió caminos cortos, ni pasadizos escurridizos, ni facilismos perniciosos, pero sí nos aseguró su grata compañía, su sabiduría sin reproches y la asistencia de su gentil Espíritu. Él dijo que nos guiaría “aún más allá de la muerte” (Salmo 48:14).

Puede que nos falten algunos trozos del mapa. Puede que no sepamos, de momento, llegar del punto A al punto B. Pero llevamos con nosotros la brújula del cielo, la Biblia. Ella tiene las instrucciones a seguir, los principios mediante los cuales llegar al deseo anhelado. No hay que andar a tientas, solo seguir la ruta hasta llegar. Nosotros no decidimos el cuándo, pero sí el cómo.

El propósito de Dios no escapa de nosotros, solo está a la distancia de un puñado oraciones y de unas cuantas experiencias.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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