Un forastero llamado Jesús – Osmany Cruz Ferrer

Un forastero llamado Jesús

UN-FORASTERO-LLAMADO-JESUS

“¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?”

(Lucas 24:18)

De Jerusalén a Emaús había unos once o doce kilómetros de distancia. Un trecho relativamente corto en la época de Jesús, aun si ibas caminando, dado lo experimentado que eran los israelitas en largas caminatas. No sabemos por qué dos de los allegados al grupo de Jesús se dirigían hacia allí después de su muerte, quizás Jerusalén les traía demasiados recuerdos como para permanecer allí mucho más tiempo. Lucas cuenta en su evangelio que mientras andaban, charlaban sobre lo que había ocurrido recientemente, incluso discutían sobre el tema. Iban tan tristes que su pesar no se podía esconder, era visible para otros transeúntes. Su conversación fue interrumpida por un viajero desconocido, no parecía de por allí, los discípulos no le reconocieron ni por su aspecto, ni por su voz. Lucas dice que sus ojos estaban velados para que no lo conociesen. Saltándose el protocolar saludo Judío que podía durar hasta media hora en algunos casos, este caminante les inquiere acerca del tema del que hablan y les pregunta, además, cuál es la causa de la tristeza que asoma en sus semblantes. La respuesta no se hizo esperar. Le informan a regañadientes sobre una serie de acontecimientos acerca de un nazareno llamado Jesús. No le llaman Dios, ni el Cristo, solo “varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo” (Lucas 24:19b). Tan confusos estaban, que habían perdido su fe mesiánica. Ya no se acordaban como el Maestro había cumplido en sí mismo todas las profecías del Antiguo Testamento.

La conversación continúa. Los discípulos sacan fuera toda su frustración. Se franquean con aquel desconocido y vomitan su malestar. Ellos esperaban que Jesús hiciera algo que no hizo: “Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido” (Lucas 24:21). Tenían sus propias expectativas acerca de Jesús, las cuáles no habían sido satisfechas. Al punto que, ante la noticia de las mujeres y de los otros discípulos acerca de la tumba vacía, y de la aparición de ángeles, todo se quedó en un simple asombro.

Aquel día y en aquella caminata no esperaban recibir una fuerte reprensión espiritual y una clase de historia, pero fue exactamente lo que tuvieron. “Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:25-27).

¡Este viajero era distinto! Les ardía el corazón con cada palabra. Su enseñanza reducía a cenizas los prejuicios religiosos que poseían. Este hombre tenía un magnetismo distinto, les recordaba a alguien, pero no sabían a quién. Aquellas dos horas de charla les habían hecho sentir diferentes. Por eso, al llegaron a Emaús, le pidieron que se quedara, que comiera con ellos, que era tarde para seguir camino. Aceptó de buena gana el Maestro y al partir el pan, los ojos ciegos reconocieron al Cristo. A los discípulos amargados ahora se les dibujaba una sonrisa entremezclada con consternación. Jesús desaparece y ellos ya no discuten más, ahora saben que deben hacer. Regresan a Jerusalén ese mismo día, se reúnen con los once discípulos y todos se regocijan en el Cristo resucitado. La jornada que comenzó en frustración y pena ahora cierra con júbilo y fe. Aquel viaje no lo olvidarían nunca. Estoy seguro que regresaron a ese pasaje de sus vidas muchas veces para afianzar sus convicciones y continuar la andadura. Aquella caminata les ilustró verdades imperecederas. Verdades que llegan hasta nosotros.

Sabe, muchas veces comienzo mis jornadas con cierto hastío y desesperanza. Me identifico con esos caminantes a Emaús, yo también he arrastrado los pies por el desánimo mientras me dirijo a algún sitio sin saber ni por qué lo hago. He tenido experiencias maravillosas con Jesús en el pasado, pero a veces la vida me pega tan duro que el Señor me parece un completo forastero. Camino molesto y cabizbajo haciendo oraciones donde vierto mi incertidumbre y a veces mi incredulidad.  ¡Yo esperaba esto y aquello Señor!, exclamo de rodillas y con egoísmo, olvidando que Dios tiene su propia agenda. Sí, porque él es Dios, no un profeta más, por tanto la vida debemos vivirla según sus reglas, no según las nuestras. Pero sabes qué, él me habla cada vez que me encuentro así, aunque yo soy torpe y no discierno bien, pero me arde el corazón con cierto pasaje bíblico y comienzo a divisar la silueta del resucitado.

Dios se hace presente en nuestros dislates y desvaríos. Sea que lo ignoremos, o lo confundamos, él estará ahí. Dios sabe que hay acontecimientos que nos golpean con un ladrillo en la cabeza, que las circunstancias nos atontan y por eso vivifica las Escrituras para nosotros. Lo que suele ocurrir es que esa jornada que comenzó en dolor, termina en algarabía de avivamiento.  Esas sublimes experiencias nos dan asideros empíricos donde regresar cuando pasemos otra vez por momentos semejantes. Esas experiencias inenarrables con el Cristo vivo nos propinan municiones para usar contra el diablo y sus tentaciones futuras. Como Cleofas y aquel otro despistado discípulo, yo también he visto a Jesús después de que él estuviera todo el tiempo.  Por eso, como aquellos dos, yo cuento las cosas que me acontecieron en el camino, mientras iba a mi Emaús. Desorientado y pesaroso él se me manifestó y ahora estoy feliz.

Aliéntate de corazón y discierne bien, porque aunque te parezca un forastero desconocido, quien camina a tu lado es Jesús. Pídele que se quede contigo, aunque no lo entiendas todo. Él se manifestará a ti, como lo hizo a aquellos y contarás todas sus maravillas asombrado y sonriente. Dirás al mundo entero que ese a quien llaman forastero, ese gran desconocido para tantos, es Jesús, el Hijo de Dios que ha resucitado.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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