Ojos que brillan por Jesús – Osmany Cruz Ferrer

OJOS QUE BRILLAN POR JESÚS

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 “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”

(Filipenses 3:8)

El teólogo más grande del mundo cuenta su testimonio otra vez.  Lo había hecho antes, frente al rey Agripa, en una sala para invitados. Ahora lo hace desde una celda en Roma. Le escribe a la iglesia de Filipos, en Macedonia, con la sinceridad de un viejo amigo. Su lenguaje es cálido y vehemente a la vez. Es tan apasionado que hace que la tinta negra en aquel papiro se convierta en su púlpito. Su intención es aconsejar y exhortar a aquellos que a través de él, escucharon el mensaje del evangelio por primera vez. El capítulo tres es un llamado a la vigilancia espiritual, a la prudencia y al Cristo centrismo. Sus palabras iban respaldadas por el Espíritu Santo y por una vida entera vivida para Dios y los demás. Imagino que los filipenses no quedaron indiferentes ante la sinuosa escritura del viejo apóstol y espero que nosotros tampoco.

El mensaje paulino es fácil de entender, aunque no de practicar. Es un llamado a centrarse en lo que es realmente importante. Aquellas cosas que tienen que ver con lo que no se ve. El apóstol menciona como algo sin relevancia su genealogía (tema medular para un judío), su trasfondo racial y religioso, su celo, e incluso su conducta irreprochable según los más altos cánones judíos. Todo eso carece de valor ante Jesús. Conocerlo es la meta suprema de un cristiano y eso implica necesariamente el abandono de cualquier confianza cimentada en lo humano. Pablo llega a considerar todo logro como basura, si ello le impidiera ganar a Cristo. Tiene claro a quién ama y en quién tiene depositada su esperanza.

La excelencia del conocimiento de Cristo Jesús deslumbraba a Pablo al punto de considerar como pérdida cualquier otro logro. Su meta era “ganar a Cristo” y “ser hallado en él”. De eso se trata la fe, esa es la quintaescencia de la vida cristiana. Lamentablemente hay quienes no paran de hablar de sus logros, de sus títulos, de sus numerosas congregaciones, de su creciente ministerio, de su trasfondo eclesial y de sus novedosos proyectos. ¿Pero, qué hay de Cristo? El ministerio centrismo ha ocupado el lugar del Cristo centrismo en muchos predios y ministerios. Este es, probablemente, uno de los peligros más grandes que asecha a nuestra contemporaneidad evangélica. Se está humildemente orgulloso de aquello que “hemos alcanzado” aunque nada podemos sino por su gracia. “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? (1 Corintios 4:7). Estamos en constante peligro de desenfocarnos, los filipenses lo estaban y nosotros no somos mejores. Nada debe ser más importante que Cristo, ni siquiera su obra o trocaremos nuestra razón de ser en este mundo.

Hace algunos meses, Dorothy Cederblom, una misionera anglosajona de más de 60 años en los campos de América Latina me dijo: “A mis 82 años todavía me brillan los ojos por Jesús, como aquella primera vez que me llamó al ministerio, siendo yo una adolescente. Nunca dejaré que nada ni nadie impida que mis ojos brillen por él”. ¡Asombroso! El mismo sentido de las palabras de Pablo, pero dichas en el siglo XXI por una mujer de menuda estatura y piel arrugada por casi un siglo de estaciones. Nada importa más que Jesús, nadie puede quitarle eso a uno. Las palabras de Dorothy me hicieron inferir que ella también ha tenido que defenderse de los ladrones del Cristo centrismo en más de una ocasión.

Estamos en guerra. Nos quieren quitar a Jesús del centro de nuestras vidas. Nuestro enemigo conspira para que desplacemos al Maestro de nuestro punto fijo de mira. No se lo permitamos. Todo lo que en esta vida podamos obtener, en la iglesia o fuera de ella, créeme, todo es basura comparado con Cristo Jesús.

Autor: Osmany Cruz Ferrer.

Escrito para www.devocionaldiario.com

 

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