Obediencia que da frutos

OBEDIENCIA QUE DA FRUTOS

“Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, tus lagares rebosarán de mosto”.

(Proverbios 3:9,10)

La generosidad no es una acción, sino un valor. Se puede dar mucho y no ser generoso. Si las motivaciones son egoísta, calculadoras, o vanidosas no existe en verdad la generosidad. Ser generoso no es dar mucho, sino dar bien. Lo mucho o lo poco es relativo a lo que cada quien tenga y siempre irá ligado proporcionalmente a la generosidad de cada cual. Se puede ser mezquino o avaro y dar, pero jamás se podrá ser generoso y no dar, eso es imposible. Salomón asegura que dar es un acto de obediencia que honra a Dios, lo que hace que dar tenga una relevancia espiritual y una connotación cultual.

Todo cuanto tenemos lo hemos recibido de Dios primeramente, así que dar a Dios no debiera representar un problema. Sin embargo, hay que decir que a veces nos comportamos como el niño que ha recibido un pan de su padre, pero que le niega un trocito cuando éste le pide a él. No es que el padre necesita ese pequeño trozo para su alimentación, de hecho el padre es el dueño de ese pan y de todos los panes que hay en casa, más bien quiere buscar en su hijo esos valores y sentimientos que le harán una persona de bien. Compartir es algo que nos humaniza y nos debe distinguir como cristianos en un mundo irracional.

Salomón asegura que dar a Dios es una forma de honrarle. Entiéndase primero que todas nuestras acciones, buenas o malas, son hechas para Dios: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos” (Romanos 19:17). “A Jehová presta el que da al pobre, Y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar” (Proverbios 19:17) Así que dar, sea a un necesitado o a la iglesia como un acto de adoración a Dios, es para el Señor y no podemos ignorar que la manera en la que lo hagamos y nuestras motivaciones juegan un papel primordial.

Dar las primicias era una práctica judía que consistía en entregar el primer y mejor fruto de la cosecha o del ganado para el mantenimiento del Templo y del sacerdocio como una ofrenda a Dios por su fidelidad y cuidado. El oferente debía ser sincero con su ofrecimiento y de esta forma Dios se agradaría del él. Dios sería honrado por la obediencia de su pueblo agradecido y en consecuencia prosperaría a los suyos como recompensa al tributo sincero.

No era una especie de negocio como algunos han pretendido ver aquí. En realidad hay una evidente relación mutua del oferente y el Dios que dio primeramente la lluvia, el sol y la vida. El Señor bendice al alma dadivosa, él premia al generoso para que lo siga siendo, no como un pago al que está él obligado, sino como una muestra de su amor por él y su beneplácito en actitudes como estas.

La abundancia y el vino hablan no meramente de tener más, sino de bienestar en la totalidad del ser. Jesús enseñó en su ministerio “que es mejor dar que recibir” (Hechos 20:35). La generosidad produce un bienestar que sobrepasa largamente a cualquier posesión presente o futura. Dios ocasiona en nosotros un fruto de bienestar abundante cuando somos capaces de dar con liberalidad, como un acto de adoración a Dios y a causa de una relación de amistad con él.

Dar no es más que revelar el reflejo de Dios en nosotros al mundo. Él dio, y lo dio todo. Nosotros damos porque el dio primero. Es un privilegio honrar a Dios con nuestras devociones, con nuestra fe, con nuestras alabanzas, con nuestro servicio, pero esa honra está incompleta si no le honramos con nuestras posesiones. Nada nos podremos llevar de este mundo, conviene pues ser dispensadores altruistas, almas generosas que por donde vayan enriquezcan a otros y les proyecten un hacer caritativo, un vivir desprovisto de cualquier indicio de ruindad. Entonces habrá bendición del Señor y prosperidad del Dios nuestro porque:

“El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado”

(Proverbios 11:25)

Por: Osmany Cruz Ferrer
Para www.devocionaldiario.com

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