Los intocables – Osmany Cruz Ferrer

Los intocables

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 “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”.

(1 Juan 5:18)

El título de este artículo no surge como una reminiscencia del libro de Eliot Ness, The Untouchables (Los intocables), publicado en 1957. Ni a la película homónima que se hiciera más tarde, en 1987, y que recibiría varias nominaciones al Oscar. No hablaré nada de gánsteres, ni de la ley seca de los años 30 en Estados Unidos, o del selecto equipo policial incorruptible que ganó merecidamente por aquellos días el apodo de Los Intocables por la integridad en su lucha contra el crimen organizado. Los intocables en los que quiero centrar mi reflexión, están descritos por el apóstol Juan en su primera epístola universal. Son aquellos que han nacido de Dios y que no practican el pecado (1 Juan 5:18). Esta estirpe singular es protegida por Dios de tal manera que el mismo Satán no puede tocarlos.

Un nacido de Dios es alguien que ha experimentado la salvación en Cristo. Es una persona que ha confesado a Jesús como su Señor en plena certidumbre de fe y que se ha arrepentido de su pasada manera de vivir. Es alguien que ha renunciado a lo pecaminoso como forma de vida y ha elegido llevar su cruz de negación a todo lo vil y deshonroso. Un nacido de Dios es alguien que ama a su Señor con todas sus fuerzas, con todo su corazón y con toda su mente. Es quien ha desplazado del trono de su corazón a su yo narcisista, y ha cedido ese sitio al único capaz de conducir bien la vida toda, Jesús. Estos son los que vencen al mundo y sus deseos. La tropa de avanzada con la que Dios cuenta para demoler fortalezas espirituales de maldad y con su poderoso avance evangelizador, desmantelar asentamientos de demonios. El hijo de un león es por naturaleza un cazador temido y un adversario aterrador. Un hijo de Dios es un conquistador por excelencia, un formidable guerrero contra las huestes de maldad. No puede ser de otro modo.

No son perfectos, pero no pecan por placer, no andan tras lo licencioso u oculto. Se equivocan, pero no persisten en su error, sino que enmiendan su falta y hacen restitución al que han agraviado. Si fallan a su Adalid, echan rodillas en tierra para pedir perdón. Si se descubren en un acto de villanía, abandonan tal proceder con lágrimas de dolor por el incumplimiento del deber y por el dolor causado. Se esfuerzan por vivir en santidad, alejados de lo que pueda profanar su andadura. Rechazan las ofertas sensuales de este mundo haciéndose peregrinos y extranjeros entre sus semejantes. Viven como desterrados cuando todo en este mundo les pertenece (1 Corintios 3:22). Así viven los que han nacido de Dios, huyendo del pecado porque son valientes.

Dios es defensor de los que le sirven. ¿Ha visto a una fiera defendiendo a su cría? ¡Ah, imagine a Dios defendiendo a los suyos! Los que han nacido de Dios y no practican el mal son cuidados por Aquel que no puede perder jamás. El maligno no puede tocarlos, están a salvo de cualquier maquinación del averno. Tienen un cerco sobrenatural que los hace inmunes a los ataques concertados del Diablo. Eso los alienta para nuevas batallas, les da seguridad en horas oscuras, saben que Dios siempre triunfa, que el mal tiene sus días contados.

Somos intocables porque el alma nuestra tiene una coraza de justicia imputada por Cristo. Nadie puede penetrar semejante defensa. Nuestra avanzada continuará por algún tiempo. Hay muchas jornadas por delante donde demostrar nuestra valía para gloria de nuestro Rey. Todo terminará a las puertas de la patria celestial. Cuando entremos a esa morada entre, vítores de júbilo indescriptible, descansaremos para siempre con la satisfacción de haber hecho lo correcto. Mientras ese día llega, hay que seguir peleando contra lo irracional, contra la injusticia, lo inmoral, lo vil y lo pecaminoso. No pelearemos desde la experiencia de los años, ni confiaremos en nuestra astucia, cada batalla será desde la certeza plena de nuestra inmunidad espiritual. Lucharemos desde nuestra gloriosa identidad: Somos nacidos de Dios, no practicamos el pecado, ese es nuestro código de honor. Por tanto, el maligno no nos puede tocar.

Somos los intocables de Dios

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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