La venturosa experiencia de contar con Jesús – Osmany Cruz Ferrer

LA VENTUROSA EXPERIENCIA DE CONTAR CON JESÚS

“Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos”.

(2 Corintios 4:8,9)

Tenía solo 31 años cuando decidió irse de este mundo. Colocó una manguera de jardín en la salida del tubo de escape de su coche en marcha, y puso el otro extremo en la ventanilla del asiento del conductor. Así hizo terminar una prometedora existencia John Kennedy Toole cuando lo mejor estaba por venir. Graduado de la Universidad de Tulane en Luisiana y de la Universidad de Columbia, Toole era un apasionado por la escritura. A sus dieciséis años escribió su primera novela la que no quiso publicar por creerla demasiado juvenil. Luego escribiría La Conjura de los Necios, la que enviaría a varios editores, pero que ninguno aceptaría publicar. Lleno de amargura y pesar se entregó a la bebida y a la más profunda depresión, hasta que decidió terminar con su vida el 26 de marzo de 1969.

El manuscrito de la La Conjura de los Necios le sería entregado años después al escritor Walker Percy por manos de la madre de Toole. Ella insistiría en que al menos la leyera. Percy aceptó reticentemente, pero cuando comenzó a leerla, su lectura le fascinó y ayudó a llevar la obra a su publicación. El libro tuvo un rápido éxito, ganó el premio Pulitzer en el año 1981 y estuvo entre las listas de los libros más vendidos en varios países. John Kennedy Toole nunca vería su éxito, el fracaso inicial de su esfuerzo asfixió sus energías. Optó por abandonarlo todo, justo cuando lo peor ya había pasado.

La historia de esta tragedia nos ilustra la verdadera esencia del fracaso. Su ponzoña es subjetiva, engañosa y mortal. Un evento aislado, o ya sea una cadena de sucesos cualesquiera que estos sean, no deben detener nuestras aspiraciones siempre que estas sean nobles y altruistas. La muerte de la esperanza es el detonante que lleva al caos, a la ruina y a la desesperación. Nunca el fracaso debe determinar la opinión que tengamos de nosotros mismos, suprimir en nosotros la esperanza de mejores cosas.

El apóstol Pablo tuvo que lidiar con grandes reveses durante toda su vida cristiana. Peligros, traiciones, desafueros, y toda suerte de contrariedades llegaron sistemáticamente como tropas enemigas a intentar debilitar su fe en las promesas de Dios. Fue el mejor predicador de su tiempo, pero algunos consideraban que le faltaba autoridad. Enseñó la doctrina del evangelio con el celo de un zelote, pero fue acusado de propagar una nueva secta. Predicó la libertad en Cristo, pero sufrió el encarcelamiento de parte de los que no entendían su mensaje. Trabajó con sus propias manos para su sostén pero hubo quien pensó que se aprovechaba de la fe de otros.  A pesar de la opinión de los demás, y conociendo sus propias limitaciones no perdió el paso constante y no trocó su mirada del horizonte por mirar al escoyo amenazante. En su ancianidad pudo escribir: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:7,8).

Dos hombres, dos contrastes, dos actitudes, dos destinos. Vivieron en diferentes siglos, enfrentaron la adversidad y el infortunio en distintos niveles y tuvieron resultados diametralmente diferentes. ¿Donde radica la disparidad de los resultados? La respuesta se complejiza si se aborda la cuestión desde un punto de vista meramente psicológico o humano. En realidad la respuesta es sencilla y aleccionadora. El fracaso, la desdicha y la adversidad son llevaderos si Jesús es quien conduce nuestras vidas durante el lóbrego sendero de la vida.

No podemos huir de los contratiempos, porque al final nos hallarán. Ni creer que el infortunio define lo que somos. No podemos claudicar ante el amenazador presente, o capitular ante el incierto futuro.  La elección debe ser Jesús. Su compañía disipa la niebla quejumbrosa que, de cuando en cuando, se cierne alrededor de nuestras vidas. Su aprobación nos alienta, sus palabras nos inspiran, su ejemplo nos reconduce al camino bueno, su vida toda nos ilumina desde la omnipresencia de su impronta divina. Jesús dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”  (Juan 16:33). No te importen demasiado las penalidades. Quédate con Sus promesas, quédate con Jesús.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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