La fe para obediencia no hace preguntas – Osmany Cruz Ferrer

La fe para obediencia no hace preguntas

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“El justo por la fe vivirá.”

(Romanos 1:17)

La fe se ha vuelto un tema controversial por estos días. Se escriben cientos de libros sobre su significado, alcance y utilidad. Cada volumen escrito parece disentir del otro. Suele pasar que creemos que tenemos fe hasta que leemos un libro sobre la fe. Entonces la fe se vuelve algo distante, accesible solo para elegidos, para súper ministerios. Las explicaciones llenan estanterías, sin embargo, la Biblia al referirse a ella usa frases sencillas como “certeza de lo que se espera” o “convicción de lo que no se ve”. Jesús, en su ministerio terrenal no disertó largamente de la fe, pero él sabía dónde habitaba y dónde estaba ausente. No habló de una fe elitista, sino de una fe gregaria, sencilla, que descansa en la Deidad misma, porque de ella procede. Su exhortación a sus discípulos era simple y concreta: “Tened fe en Dios” (Marcos 11:22). ¿Es esta una fe ciega? ¿Dios lobotomiza cerebros y resiste a la razón? Claro que no. La fe es razonable, pero va más allá de la razón humana. Sus caminos son más altos que los nuestros. Por ello Dios nos pide confianza. ¿Seremos capaces de otorgársela?

Cuando hay cuentas por pagar, desempleo, duda, enfermedad, dolor, tener fe parece demasiado abstracto. Al fin y al cabo no es algo que pueda ver, tocar, oler, oír o saborear. La fe nada tiene que ver con mis sentidos y eso lo hace menos comprensible a mi humanidad. ¿Es por ello la fe inalcanzable, imposible? Todo lo contrario. La fe es un fruto del Espíritu que experimentan los salvos en la medida que están más con el Señor. Es el resultado de la comunión con el Dios trino. La fe que viene como resultado directo de esa comunión real con Dios es leal y paciente. Es una fe que no hace preguntas.

El optimismo es una actitud humana, pero la fe es un don divino. La segunda supera al primero en todo. ¿Pero cómo mido esa fe invisible, si es que acaso pudiera hacerse tal cosa? No estoy seguro de poder ser preciso en medir la fe, pero de lo que estoy seguro es que puede ser comprobada, saber si en realidad está o no. Dime cuántas preguntas tienes ante una orden de Dios o ante una promesa y te diré si tienes fe. La fe no cuestiona, no inquiere a su autor, lo venera y obedece sin réplicas vanas, sin averiguaciones insulsas. “Cree solamente” fueron las palabras sentenciosas de Jesús dichas a Jairo en su hora más oscura. No hay que añadir nada a lo dicho. Cree y luego verás, luego entenderás, no podemos invertir ese orden o socavaríamos un principio dado por el mismo Dios. El autor de la epístola a los Hebreos escribió que “por la fe entendemos” (Hebreos 11:3). El que entiende no pregunta, sería algo sin sentido.

Claro que tengo preguntas que claman por respuestas como cualquier otra persona, pero son preguntas desde la certeza, no desde la duda, el miedo o la incredulidad. Son preguntas entusiastas, preguntas que no obstaculizan mi fe a la par que traslucen mi humanidad finita. Yo quiero saber, pero no porque desconfío, sino porque amo. Le pregunto al texto bíblico para degustar las respuestas que gentilmente me da si voy a sus páginas con paciencia y humildad. Pero si no hallo la respuesta ahora, sé que habrá un después, tal vez cuando sea enseñado más allá del sol. La fe para obediencia no pregunta, pero la fe que quiere saber más de su Señor, inquiere desde el amor.

Acepto el pastoreado de Dios reflejado en el Salmo 23 sin cuestionar nada. Creo en su protección divina exaltada en el Salmo 91 sin la menor duda. No necesito hacer preguntas ante una promesa porque todas son en Cristo sí y amén (2 Corintios 1:20). No me hace falta explicaciones para amar a mi prójimo, ni un voluminoso best seller que me convenza de la utilidad de la misericordia. No hago preguntas cuando sé las respuestas. Dios lo ha ordenado, esa es la repuesta que de antemano tengo y porque lo creo, entiendo.

El justo vive por la fe. Una fe capaz de vencer al mundo. Creo, y así enfrento ese día a día lleno de desafíos enormes. No como quien lo sabe todo, sino como quien se abandona a la fidelidad de Dios, inmutable y sabia. Ya no pregunto, ahora acepto. Ya no escruto temeroso, ahora sonrío expectante ante el milagro que está por llegar. No soy un maestro en esto, más bien un aprendiz que comienza las mismas lecciones cada veinte y cuatro horas.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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