La batalla contra la amargura – Osmany Cruz Ferrer

La batalla contra la amargura

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¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra”

(Salmos 73:25)

Me gusta Asaf. Es sincero, no se anda con rodeos con Dios. Le habla con la franqueza de un amigo y con la devoción de un profeta. Asaf es de esa clase de personas que cae bien o cae mal, sin ambigüedades ni diplomacias humanas, que no se andan en politiquerías, ni juegos de palabras. Que hablan con verdad aquello que piensan. Su sentido de la justicia debe haberle propinado una buena suma de adversarios. Era un hombre que procuraba la rectitud, pero era consciente de que esta virtud escaseaba cada vez más. Al mirar a su alrededor, veía que el falto de integridad prosperaba y que el desleal avanzaba sin tropiezos. Los arrogantes amontonaban bienes y parecían no tener obstáculos capaces de detenerlos. El mundo en el que vivía Asaf parecía funcionar al revés; y en un mundo al revés están mal los pocos que viven al derecho.

Asaf, un hombre de gran introspección, evaluaba su vida y comparaba su condición con la de aquellos soberbios. Veía que, a diferencia de aquellos injustos, él recibía azotes y castigos cada día. Una existencia de fidelidad a Dios y a su Palabra parecía ilógica e improductiva. Tales pensamientos pueden asolar a los justos. Asaf sintió la amargura punzante en su machacado corazón: “Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas” (Salmos 73:21). La envidia carcomía sus huesos y estuvo a punto de capitular en su fe. Ese hubiera sido su final, pero encontró sabiduría en sus devociones. Dios le haría entender realidades más allá de lo temporal y lo visible. Su oración terminó diferente a como comenzó. Asaf aclararía sus ojos con el colirio que hay en la presencia de Dios. Sus últimas palabras son reveladoras; evidencian la transformación interna que experimentó y que le dio perspectiva para vivir en lo adelante: “Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras” (Salmos 73:28). Peleó una formidable batalla contra la amargura y ganó. Por ello su testimonio nos alecciona y nos ánima.

No hay que ser un gran observador para notar que los tiempos que vivimos no son mejores que los que vivió Asaf. Que no importa en qué lugar del mundo vivas, allí también abundan los arrogantes, los megalómanos, los psicópatas, los que no ponen la justicia de Dios como meta diaria en sus vidas. La cuestión no es entender qué hacen ahí o hasta cuándo harán estas cosas, sino qué haremos al respecto. Seré sincero, he hecho muchas veces la oración de Asaf. He orado así cuando he visto el atropello en sitios donde debe existir solo la gracia. Con perplejidad he observado cómo el poder corrompe a un santo y cómo sus obras son inconsecuentes a su llamado a ser como Cristo. He visto la mundanalidad fuera y dentro de los predios sacros. Mis oraciones han reflejado el estado de mi corazón y he pensado que la inocencia ha pasado de moda, que la virtud es una pesada carga y que la justicia solo granjea enemigos.

Mis pies han estado a punto de resbalar. He sido torpe, como un animal sin entendimiento. Sin embargo, Dios ha sido tierno y paciente para enseñarme. En esos tiempos de sublime gloria en la oración, o mientras ojeo la Escritura con sed de verdad, he comprendido el corazón de Dios. No haré protagonista de mi historia a los soberbios. No caminaré aletargado por el oprobio de los altaneros. Ni siquiera temeré a la infamia del escarnecedor. Lo tengo claro: “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Apocalipsis 22:11).

Estoy enamorado de mi Cristo. Vivo fascinado con la salvación que he recibido. Me gozo con cada dádiva celestial y sonrío ante tanta gracia inmerecida. Todo eso a pesar de que el soberbio seguirá ahí, aun por un tiempo. Prefiero la virtud en soledad y sin halagos a sus opulentas vidas desprovistas de obediencia y temor de Dios. Elijo ser corregido por el Señor, aunque duela mucho, que imitar conductas desacordes al carácter y la voluntad de Dios. Aunque casi me gana la amargura, Dios me ha dado la victoria. Tengo mi esperanza en Cristo y contaré sus maravillas.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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