El síndrome de Baruc – Osmany Cruz Ferrer

El síndrome de Baruc

El-sindrome-de-Baruc 

“¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques; porque he aquí que yo traigo mal sobre toda carne, ha dicho Jehová; pero a ti te daré tu vida por botín en todos los lugares adonde fueres”

(Jeremías 45:5).

Las directrices de Dios eran claras. A causa del pecado del pueblo y de la falta de arrepentimiento, la nación caería en manos de Babilonia. Debían rendirse sin luchar. Esa era la salida menos dolorosa. Dios había hablado claramente por Jeremías y no se retractaría de su juicio. El profeta experimentó oposición y vituperio a causa de sus vaticinios, pero Baruc, su secretario siempre estubo con él.

Baruc significa “bendito”. Fue un hombre de cualidades excepcionales. Asistió a Jeremías y le dio ánimo cuando este estuvo encarcelado. Un acto que demuestra lealtad y coraje. Baruc fue capaz de ir ante el rey Joacim, y leer las profecías de Jeremías en el Templo de Jerusalén y ante los príncipes de Judá. Vivió experiencias memorables y sobrenaturales como lo fue experimentar que Dios mismo lo escondiera junto a Jeremías del rey Joacim, y este no pudo encontrarlos (Jeremías 36:26). Fue considerado un hombre de gran influencia en su tiempo. Muchos nobles de Israel creyeron que Baruc era la influencia tras las profecías de Jeremías acerca del inminente cautiverio caldeo (Jeremías 43:3). Acompañó a Jeremías a lo largo de su doloroso ministerio, uno de los servicios menos apreciados de toda la historia bíblica. Sin dudas, Baruc era alguien ejemplar.

Sin embargo, hay un giro en la trama de la vida de Baruc que desconcierta. Una actitud que nos hace detenernos y preguntar ¿qué ha pasado aquí? En el capítulo 45 de Jeremías lo encontramos quejándose contra Dios. Protestando como un chiquillo malcriado. Actúa como un carnal y pronuncia ayes sobre su existencia: “¡Ay de mí ahora! porque ha añadido Jehová tristeza a mi dolor; fatigado estoy de gemir, y no he hallado descanso” (Jeremías 45:3). Este grito parece razonable, a fin de cuentas Baruc es solo un hombre y los tiempos que corrían eran difíciles para ir  contracorriente. Pero Dios vio mucho más que una queja, Dios vio una intención que estorbaba a Baruc, un anhelo que iba contra el propósito de Dios. Baruc deseaba grandezas, ser alguien, eludir si fuera posible el designio de Dios. El Señor le reprocha tal anhelo y lo lleva a perspectiva. Le promete preservarlo con vida, pero debían cumplirse las profecías y sus perfectos planes. Luego silencio, todo parece indicar que el amanuense entendió que los planes del Altísimo no están en función de los hombres, sino los hombres en función de los planes de Dios. Quizás esta sea la lección más valiosa que podemos aprender de este capítulo.

No escribo para denigrar a Baruc, ¿cómo podría? Los que sirven al Señor están expuestos a los filosos dardos de Satán y si no se anda con suficiente cautela, podrían ser víctima de su veneno. La historia de Baruc nos alecciona, nos advierte. Existe el constante peligro de buscar conveniencias en el servicio al Señor. De pensar que nuestro bregar nos da derechos especiales. Podemos olvidar que todo esto que somos y hacemos se trata de Dios y corremos el riesgo de buscar grandezas personales. Perder de vista lo eternal por lo efímero. Valorar las cosas más que la vida y el ministerio que se nos ha regalado. ¿Puede un servidor llegar a actuar de esa manera? La historia de Baruc lo confirma.

La parte positiva fue que no siguió con su queja y su obstinación. Su irreflexión pudo convertirse en rebelión, pero no fue así. Ese es un gran mensaje que nos deja Baruc. Hizo silencio ante la sabiduría de Dios y entendió su errático proceder. Se comió su orgullo porque sabía que quien le hablaba no tenía falta, ni pecado. Baruc comprendió que los planes de Dios están antes que los nuestros.

Leo esta historia y me estremezco ante la posibilidad de buscar algo que no sea lo de Cristo. Quizás escribir esperando elogios, en lugar de escribir para edificar a otros. Tal vez predicar para demostrar capacidades y no para entregar el mensaje profético del Señor. La línea que nos separa de la vanagloria es tan delgada que debemos buscar a Dios para que nos preserve de semejante pecado. He visto tantos Baruc que se quedaron en su vanidad, varados en esas grandezas intrascendentes, que me hacen estar alerta en este sentido.

No quiero grandezas, quiero tu gloria, Señor. No quiero aplausos, solo cobijarme en tu pecho Jesús. No quiero renombre, solo conocerte Maestro. No quiero títulos, solo ser tu más leal esclavo. Y si llegara a creerme algo, o buen Dios, amonéstame. Ridiculiza mis extravíos y restáurame Salvador. Te quiero a ti y ello me basta. Tú eres mi herencia, todo lo que deseo en esta tierra. Puede que deba vivir en apreturas, en aflicciones. Puede que me toque ver la traición y el abandono. Quizás mil tristezas me esperen, pero que no me falte tu mano de gracia. No quiero grandezas ilusorias, te quiero a ti por siempre, mi Jesús.

Autor: Osmany Cruz Ferrer.

Escrito para www.devocionaldiario.com

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