Decido creer – Osmany Cruz Ferrer

Decido creer

Decido-creer

“Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso”.

(1 Pedro 2:7)

He sabido de mercachifles espirituales que negocian con el evangelio. Buhoneros de Satanás que medran utilizando la palabra de verdad del glorioso evangelio de Jesucristo. Personas condenadas por su propia conducta. Execrables seres humanos capaces de comerciar con la virtud. Manchas en los ágapes de congregaciones del Señor que, solapados, cuartean el testimonio del pueblo santo. Dicen conocer a Dios, pero sus hechos lo niegan. Una fe sin obras está muerta, una fe sin santidad no es una fe viva. Cristo les es una carta en su juego del engaño, un nombre del cual valerse, un símbolo tras el cual camuflarse. No conocen al Señor, porque si así fuera, no vivieran en tal espiral descendente de maldad. Dios no los tendrá por inocentes y su final está señalado. No empañarán para siempre el fanal de la doctrina pura, ni torcerán el camino derecho del Señor, impidiendo que otros crean por su mal proceder.

Ah, pero todo es muy distinto para los que creen en verdad, los que han nacido de nuevo. Los que odian al pecado y aman las cosas de arriba. Los que negándose a todo, han rendido sus voluntades amorosamente por causa de Cristo. Estos resplandecerán en la oscuridad. Brillarán como el sol en su fuerza y eclipsarán la oscuridad, lo que es vil. Sus conductas impolutas son obeliscos de honra para el Señor Dios. Sus testimonios de entrega y oración son las trincheras en las que militan salvaguardados del infierno. Jesús no les representa una religión tosca, llena de mandamientos de hombres. Nada que ver con eso. Para los que creen, los que de veras han sido transformados por el Espíritu de Dios, estos saben que Jesús es precioso. No hay mejor epíteto para describir lo que el Señor significa. Su hermosura nos atrae como la gravedad a los objetos. Su belleza nos magnetiza y no queremos existir lejos de esta cercanía con Cristo.

No hay que perseguir a los malos con la vehemencia de un zelote. La cizaña suele crecer donde hay trigo y ello no debe escandalizarnos (Mateo 13:29,30). No debemos andar de policías de la moral, aunque tampoco nos haremos partícipes de pecados ajenos.  Por otra parte, no debemos ceder al pasivismo, ni cruzarnos de brazos con pesimismo por el sistema de cosas que impera a nuestro alrededor llegando a infiltrarse en las filas sacras. Nuestra misión es creer. Si creemos, la obra de Dios se ha realizado dentro de nosotros: “Ésta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29b). Una fe viva, que actúa y que vence al mundo. Una fe que descubre la belleza de Jesús y la proyecta al mundo. Una fe que desacredita lo soso, lo superficial, lo ambiguo. Una fe triunfante porque su fundamento es inamovible. Solo la fe puede dejar al descubierto lo falso. Solo la fe genuina puede predicar sin palabras. Esa es nuestra adarga y nuestra espada.

No podemos terminar con lo inmundo porque el final del mal no llegará hasta un futuro escatológico que no está en nuestras manos saber por ahora. Pero podemos decidir vivir de acuerdo a aquello que dicen las Escrituras. Podemos vivir la fe desde la dulce contemplación de la hermosura de Jesús, nuestro Dios. Él es precioso y nada en el mundo nos puede arrancar de esa cercanía que procuramos. Mientras más cerca de él, más seremos semejantes a su ejemplo.

Creamos en el Hijo de Dios y vivamos fascinados con su hermosura. Solo la virtud puede amedrentar al pecado. Solo la luz que emana de la fe puede vencer lo que procede de la oscuridad. No se trata de comenzar una cruzada irracional contra lo pecaminoso, una guerra prejuiciosa contra lo que pensamos que es injusticia. Mis queridos amigos, se trata de ser. Nuestra lucha es contra nosotros mismos. Solo si somos, podremos hacer. Solo si morimos, podemos vivir.

Decido creer, aunque el colosal infierno se una en mi contra para perturbar mi andadura espiritual. Decido creer, aunque la cizaña crezca como el ciprés y las sombras amenacen a la luz en la que me cobijo. Decido creer, aunque el mundo construya lápidas para enterrar la utopía ciertísima que predicamos. Seguiré creyendo, aunque otros falseen su testimonio por motivos innobles.  Y desde mi fe veré a Jesús siempre, precioso y magnífico. ¡Ah, sí, él es hermoso y nada en el cosmos, o en la tierra, nos podrá separar de su amor!

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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