Tiempo de cosecha – Luis Caccia Guerra

Tiempo de cosecha

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Días atrás, una empresa de servicios para telefonía celular, anunciaba con ímpetu y entusiasmo algo así como: “¿Angustiado? ¿Solo? ¿No sabes que hacer? Manda la palabra ‘Dios’ al nº …” No es el propósito ni el enfoque del presente escrito, emitir opinión ni concepto alguno sobre esta clase de servicios. De lo que sí estamos seguros es de que por una parte no es Dios quien va a cobrar esas llamadas de texto y por la otra no nos queda duda alguna de que las personas suscritas al servicio van a leer en las pantallas de sus móviles exactamente lo que esperan y quieren leer.

Afortunadamente nuestro amado Dios no es así. Nos ha suministrado una línea directa sin costo alguno, a través de la cual podemos mandar todos los mensajes multimedia que queramos. A través de la oración no sólo podemos enviar palabras, también podemos mostrar textos, presentarle a Dios las imágenes que vienen a nuestra mente y las que se encuentran delante nuestro, sonidos y videos inclusive ¡en vivo!… Dependiendo del grado de profundidad e intimidad de la oración, hasta es posible enviarle y presentarle a Dios cortos de pasajes de nuestra vida completos, tan “completos” que hasta pueden incluir nuestras sensaciones más íntimas, esas que se encuentran arraigadas en lo más profundo del alma, que no hay dispositivo electrónico alguno en el planeta capaz de reproducirlas ni transmitirlas. Que ni tan sólo es posible describirlas con palabras (Rom. 8:26).

Este servicio para nosotros es absolutamente gratuito. Sin embargo pagado a un elevadísimo precio por quien tuvo a bien “abrir el canal”. Estamos ante un Dios que a diferencia de muchos “dioses” en lugar de exigir sacrificios de vidas optó por ofrecer El mismo, el sacrificio de su amado hijo en una cruz en el Calvario hace más de dos mil años. La muerte del amado Hijo Jesús, es el precio. Sin más palabras, Gracia Divina. Pagada a un alto precio por quien tiene a bien entregarla; a título absolutamente gratuito  para quien la recibe.

Pero en todo esto, amada, amado del Señor, muchas veces Dios no nos habla ni nos da a leer lo que esperamos y queremos escuchar ni leer. En la intimidad de la oración o del estudio bíblico, debo confesar que las palabras de Dios a veces se me tornan ríspidas y de una medida que se me hace difícil –y por qué no decirlo– a veces en mi humanidad racional y corrupta, me parece imposible de alcanzar.

En una rápida mirada hacia atrás, si bien hubo momentos felices, hoy puedo ver también las pruebas que afronté y lo difícil que ha sido mi vida a través de los años. Enfermedades, fobias, angustias, miedo, soledad, rechazo, marginación, discriminación y aparteid son algunas de las palabras que afloran en mi mente. Y no es resentimiento, ni queja; es necesaria objetividad, porque si bien esos amargos pasajes de mi vida El ya los ha visto y presenciado, hoy puedo mostrárselos yo mismo a Dios desde lo profundo de mi corazón a través del canal de la íntima oración. A sus jóvenes dieciocho años, quien esto escribe ya no amaba la vida ni tenía proyectos de vida. Fue cuando providencialmente alguien tuvo a bien ayudarme a acercarme a Cristo y entregarle mi vida a El.

Todo esto no lo hacen los servicios de mensajes de texto, pero eso no es lo mejor de esta historia, no es la pequeña y exquisita frutita roja que corona el postre más delicioso.

Lo mejor está por venir, toda vez que la oración es también una forma de sembrar en la tierra más fértil de todas las tierras fértiles. Una tierra que no es de este mundo, una tierra que es nada más ni nada menos que EL CORAZON DE DIOS.

“Todo lo que sufriste lo que tuviste que remar y hoy es el momento de gloria… cosechando tu siembra…” Anoche cuando el Señor irrumpía en mi mente con esta reflexión, cobraban un significado nuevo y aún más profundo e íntimo las palabras del Señor: 

…pues todo lo que el hombre sembrare,  eso también segará. Porque el que siembra para su carne,  de la carne segará corrupción;  mas el que siembra para el Espíritu,  del Espíritu segará vida eterna.

(Gálatas 6:7b-8 RV60)

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

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