Los procesos de Dios duelen – Luis Caccia Guerra

Los procesos de Dios duelen

Cuando aprendía a escribir mis primeras letras, recuerdo que la maestra con mucha dulzura y paciencia se sentaba con cada uno de nosotros, tomaba nuestras pequeñas e inexpertas manitos, nos enseñaba a tomar el lápiz y así, con esa guía, íbamos aprendiendo a dibujar letra por letra sobre el papel.

Ignoro si en la actualidad se emplea la misma metodología para enseñar a los niñitos a dibujar sus primeras letras, pero así aprendimos a escribir los de la generación del ‘60 en mi país.

Era una sensación grata sentir la mano fuerte y firme de la maestra tomando la mía para hacer los trazos de las letras. Alguien dijo que las maestras de las escuelas elementales son como una segunda mamá, para los niños. Y al menos en mi caso, no tengo la menor duda de que así fue. Pero eso duró poco. Pronto adquiríamos la habilidad de reconocer y dibujar por nuestra propia cuenta cada letra y ya no era necesario que la maestra tomara nuestras manitos para hacerlo.

Recuerdo, a pesar del tiempo transcurrido, que con frecuencia, después de esas prácticas, nuestras pequeñas manitos dolían a causa del esfuerzo realizado. Pero no importaba. Era emocionante leer y escribir, descifrar esos extraños mensajes que aparecían escritos en todos lados y saber qué decían, y una experiencia extraordinaria poder generar mis mensajes, es decir, poder escribir mis propios pensamientos. Que luego de dibujar unas cuantas letras, quedara plasmado en el papel algo con significado, un mensaje con sentido.

Hoy en día ha transcurrido poco menos de medio siglo de aquella bella época. Sin embargo, creo que no es necesario decir que abrigo un grato recuerdo de ella.

Pero más allá de ello, hoy veo con admiración y gratitud hacia mi amado Señor, cómo a través de otros medios –considerablemente más avanzados que ese lápiz y el cuaderno escolar de mis primeros años de vida, por cierto– cientos de mensajes con sentido, con significado; van quedando grabados en algún sitio en el ciberespacio a disposición de muchas almas para ser leídos y ser de bendición a quienes los necesitan.

Cuando dibujaba mis primeras letras, no resultaba fácil. Había que borrar muchas veces antes de que una letra saliera bien, fuera un trazo con significado, capaz de transmitir algo para alguien más que para mí. Borrar y comenzar de nuevo. A veces llenar carillas y carillas de mi cuaderno para practicar, hasta que aprendiera a hacerlo medianamente bien…

Y en este sentido, no obstante el paso del tiempo; no me siento muy lejos de aquella época. Hoy, como la maestra de mi infancia, el Gran Maestro toma mis manos y escribe dibujando letra por letra las frases de mi propia vida.

Es que hay un libro, otra clase de libro; que hoy continúa escribiéndose silenciosamente paso a paso, letra a letra, paralelamente con cada uno de estos escritos como el que tienes ahora en pantalla. Es el libro de mi propia vida. Es el libro de nuestras propias vidas.

Sólo que este libro no es como ese cuaderno escolar en el que se podía borrar y escribir de nuevo. En este libro no se puede borrar. Cada palabra mal dicha, cada hecho mal escrito queda plasmado en ese papel indeleble dela vida. Yel proceso de escribirlo es doloroso. Como las pequeñas manitos de este niñito que aprendía a dibujar sus primeras letras.

En este libro, el de esa apasionante aventura que describe nuestro tránsito por esta vida, por este mundo, hay caídas. Las caídas duelen. Hay fracasos, los fracasos duelen. Hay errores que nos parece que no van a alcanzar todas las hojas de ese cuaderno para arrepentirnos de ellos. Esos errores duelen. Y a veces, hay pasajes de nuestra vida que se escriben en medio de terribles tormentas, como enfermedades, hechos violentos, la pérdida de un ser amado… todo eso duele. Aún las victorias, los triunfos y los más resonantes éxitos, tienen su cuota de dolor, toda vez que implican batallas libradas, un gran esfuerzo realizado para alcanzarlos.

Sin embargo, con satisfacción y gratitud, me emociono con las devoluciones  que deja la gente que nos lee; cuento los “tweets” y los “likes” de nuestros escritos y veo la cantidad de visitantes que estas páginas reciben… y digo: “Gracias, Señor. Simplemente, gracias” y ya no me importa que mis pequeñas e inexpertas manitos espirituales duelan.

Ha valido la pena. Nada ha sido en vano.

“Dad gracias en todo,  porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”.

(1 Tesalonicenses 5:18 RV60)

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

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