Fisuras en el cristal – Luis Caccia Guerra

Fisuras en el cristal

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Cuando nos mudamos al departamento que actualmente ocupamos, observé que uno de los amplios cristales del ventanal que da a un pequeño patio, tenía una diminuta fisura en una de sus esquinas. Le pusimos cinta transparente de la mejor calidad y de ambos lados para proteger esa sección del vidrio y a la hora de cerrar o abrir esa parte de la ventana la tratamos con mucha suavidad, empeño y cuidado.

Sin embargo, con el transcurso del tiempo y muy a pesar de nuestros cuidados, la pequeña fisura fue aumentando cada vez más y más su longitud hasta que finalmente terminó por dividir completamente el cristal. Hoy, aún no ha sido reemplazado por la compañía de seguros, pero intertanto ello ocurra, está “emparchado” con una ancha cinta que cubre la fisura en toda su longitud y por ambas caras del ventanal para evitar que con la vibración se caiga espontáneamente y cause un grave accidente.

Esto me recuerda el sorprendente paralelismo que existe entre ese cristal y la historia de mi propia vida. Nací en la familia de Dios en la Primera Iglesia Bautista de Godoy Cruz, Mendoza, Argentina; institución que hoy tiene más de cien años y donde allí también recibí mi bautismo. Durante el efímero tiempo que permanecí congregándome y participando allí, tuve algunas decepciones. Con esta declaración, muy lejos de quien esto escribe sembrar alguna duda sobre la integridad y desempeño de pastores, líderes, maestros, obreros y hermanos en general. Lo que aquí sostengo es que en realidad soy yo quien a sus jóvenes dieciocho años no se hallaba en condiciones de afrontar ciertas situaciones.

Es así como una noche, angustiado, triste y en soledad, opté por dar un portazo y sin más ni más, abandonar esa comunidad en busca de “mejores” horizontes.

Han transcurrido poco más de treinta años desde aquella oscura noche. Toda una vida y más de lo mismo. Los siguientes años fuera de la comunidad que me vio nacer en la familia del Señor, no fueron otra cosa que tumbos y más tumbos a la deriva; de iglesia en iglesia, sin contención e incapaz de echar raíces en ninguna parte.

Ciclos. Llegar a una comunidad con renovadas esperanzas, elaborar el duelo del fracaso de la iglesia anterior, recuperarme, ponerme a trabajar (en ninguna iglesia estuve ocioso por mucho tiempo), crecer un poco … hasta que algo malo pasaba. No tenía que ser algo terrible, pero sí lo suficientemente sutil como para causar en principio una pequeña incomodidad… tal y como la pequeña fisura en el vidrio de mi departamento.

Tal vez pude lidiar un tiempito con eso, “emparchando” la pequeña herida, en la falsa creencia de que “amasar” el dolor del orgullo herido es perdonar. Pero tal como la rajadura del vidrio se hacía más y más grande sin que yo pudiese hacer absolutamente nada. La pequeña incomodidad no sólo continuaba allí, sino que no se había quedado quieta ni por un instante. Con el transcurso del tiempo y a ritmo muy lento, tan lento como para que sea aún más dificultoso notar su avance; se fue haciendo una “incomodidad” cada vez más difícil de sobrellevar, hasta convertirse en una carga cada vez más pesada, finalmente desembocando en el hastío insoportable, en la franca intolerancia, en la fisura atravesando dolorosamente toda el alma… y sobrevenía otro portazo, otra renuncia, abandono y una nueva búsqueda de “mejores horizontes”. Empezar de nuevo otro ciclo.

¿Y por qué escribo todo esto?

Lo hago en la convicción de que derramar el alma es construir, ayudar a edificar en las vidas de otros. Muchas cosas que nos pasan a los cristianos no se dicen ni se expresan abiertamente ya sea por temor, por no afrontar la censura o la descalificación de quienes creen estar “en la otra vereda” de estas cosas (I Corintios 10:12), o tal vez por pudor.

Quien esto escribe siente todas esas cosas bullir dentro de sí a la hora de poner las manos en el teclado y derramar su alma, habida cuenta de que van a ser miles quienes lo lean. Pues les tengo noticias: esto también es vida cristiana. Es que así es nuestra alma, así funciona en realidad.

Ciclos. El Diccionario de la Real Academia Española, define entre otras acepciones “ciclo” como “del lat. cyclus, y este del gr. kÝkloj, círculo. Serie de fases por las que pasa un fenómeno periódico hasta que se reproduce una fase anterior”.

Tal vez tus heridas son otras, pero vuelves una y otra vez a pasar por lo mismo dando vueltas en círculos sin poder avanzar, sin poder despegar. Puedes haber permanecido toda una vida en una misma iglesia, pero sin importar circunstancias ni personas, el diablo es un gran trazador y orquestador de ciclos. Sin ir más lejos el pueblo de Israel permaneció cuarenta años dando vueltas en el desierto hasta por fin poder entrar en la tierra prometida.

Pero el punto es que todos los ciclos siempre comienzan con una determinada fase que se vuelve a repetir. Con esa pequeña fisura en el cristal difícil de identificar, aparentemente inofensiva, que por ser tan pequeña e insignificante no se supo atender debidamente. Y es que muchas veces, los grandes desenlaces comienzan mucho tiempo antes con un pequeño evento que luego da lugar a otro, y éste a otro más, entretejiendo en el tiempo una laberíntica madeja de eventos difíciles de discernir a la hora de establecer las causas de lo que nos pasa.

Mi compañía de seguros tiene la capacidad de restaurar un vidrio nuevo para mi ventana si en lugar de emparchar, elijo tomar el teléfono y hacer tan sólo una llamada.

Nuestro Amado Señor tiene el poder de restaurar toda una vida, si en lugar de emparchar esa pequeña fisura y amasar el dolor en la convicción de que eso es perdón, simplemente “le haces una llamada” en oración, derramas tu alma delante de El y permites que restaure un ventanal nuevo en tu vida.

Espíritu del Señor está sobre mí,

 Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;

 Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;

 A pregonar libertad a los cautivos,

 Y vista a los ciegos;

 A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.

(Lucas 4:18-19 RV60)

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

 

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