El niño y el árbol – Luis Caccia Guerra

El niño y el árbol

Cuenta esta historia que había un pequeño niño que jugaba alrededor de un enorme árbol. Ambos eran felices. El niño jugaba, y cuando se cansaba dormitaba bajo la generosa sombra del árbol. El árbol le brindaba momentos felices de ensoñación entre aventuras y conquistas.

El niño fue creciendo. Todavía un niño, pero algo más grande, ya el árbol no resultaba tan atractivo ni divertido para él. Ahora quería juguetes algo más sofisticados. Pero no tenía dinero para adquirirlos. Entonces, el árbol le susurró entre sus ramas que podía cortar todos sus frutos, venderlos y así poder comprar los juguetes que deseaba. Así fue. Pero el niño ya no volvió a soñar sus aventuras ni a jugar junto a aquél árbol.

Pasaron los años. El niño creció. Formó una familia, tuvo su esposa y sus hijos. Hasta que… tuvo la necesidad de hacerse una casa para él y su familia. Entonces, se acordó del árbol. Todavía lo esperaba, en el mismo lugar de siempre, desde su niñez. Y una vez más, generoso y solícito, el árbol volvió a susurrarle entre sus ramas que podía cortar todas las ramas que necesitara y con la madera, hacerse una casita. Y así lo hizo el joven. Le cortó todas las ramas al árbol, inclusive parte del tronco, se hizo la casa y una vez más, ya no volvió al árbol.

Los años siguieron pasando. El tiempo no perdona. Ya no era joven. Entrado en años y cansado, volvió a lo que quedaba de aquél grande, hermoso y robusto árbol de su niñez. Ya no necesitaba mucho a esta altura de su vida. Sólo un sitio en donde sentarse y descansar. El árbol ya no tenía nada para darle. Ya no tenía ramas, ni frutos, casi ni tronco; todo se lo había dado… excepto unos cuantos centímetros de tronco que la sierra había perdonado cuando el joven de antaño construía su casa. Era todo lo que le quedaba por ofrecer al hombre para que pudiera sentarse y descansar un momento.

No en todos los casos es así, por supuesto, pero así tratamos a nuestros padres, muchas más veces de lo que podemos imaginar. Durante toda una vida, obtenemos de ellos lo que necesitamos y volvemos cuando hay una necesidad o tenemos problemas. Como el árbol y el niño.

¿Y no es acaso lo mismo que con frecuencia hacemos con nuestro Papá Dios? Cualquier cristiano sincero y honesto, que está aprendiendo a conocerse bien a sí mismo a la luz de la Verdad, sabe que es así. Que abandonamos la “oración express”, que la “oración estándar” se transforma en devota alabanza, apasionado ruego, búsqueda frenética de Dios; cuando nos cae una prueba o nos encontramos ante una encrucijada de la vida, cuando nos tocan un hijo, cuando la salud se quebranta, cuando las finanzas caen, cuando las relaciones se rompen, cuando nos damos cuenta de lo que teníamos cuando ya no lo tenemos más.

No es de extrañarse, entonces, que de vez en cuando, nos caiga “un buen tirón de orejas” de parte de Papá Dios, para recordarnos que NECESITAMOS DEPENDER TOTALMENTE DE EL; siempre, constantemente y en TODAS las áreas de nuestra vida. Que hay áreas de nuestra vida que inconscientemente aún preferimos controlar nosotros mismos y que lo estamos haciendo mal, que exige una ENTREGA total y sin condiciones de parte nuestra en sus dulces manos. Y que “nuestra” vida, no es “nuestra” vida, sino SU VIDA; que “nuestros” planes y proyectos no son “nuestros”, sino SUYOS y LE PERTENECEN.

¿Quién podrá entender sus propios errores?
Líbrame de los que me son ocultos.

(Salmos 19:12 RV60)

Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com

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