El me ha mirado – Luis Caccia Guerra

El me ha mirado

El-me-ha-mirado

Mis jefes, tienen la visión y la habilidad de saber ver y sacar lo mejor de las personas. Uno puede tener dos mil defectos, no calificar para muchas cosas; pero si encuentran en ti tan sólo dos virtudes que en alguna medida les resultan de utilidad para sus fines, para la misión y visión de su empresa, entonces calificas, estás aprobado.

En cambio, muy por el contrario, hay gente que se ocupa de buscar, escarbar en tus errores y destacar bien, inclusive exagerar hasta tus más pequeños defectos. No importan tus logros, ni tus virtudes; se ocupan de hacerlos parecer como nada, menospreciarlos, descalificarlos. En pocas palabras, tú no mereces tener éxito. ¿Te has sentido así?

Pero… ¿Sabes qué? Esto es aplicable, válido y vigente tanto para juzgados como para juzgadores.

Es que tratamos a los demás como lo que consideramos que son. Decimos de los demás lo que no diríamos de nosotros mismos. Todo ello sin caer en la cuenta de que lo que decimos de los demás y la manera en que los tratamos, revela mucho más acerca de nosotros mismos que de los demás.

¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano,  y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?

(Lucas 6:41 RV60)

“En mi propia vida había muchos frutos malos. Experimentaba regularmente bajones de depresión, negativismo, autocompasión, reacciones violentas y el síndrome de que todos me debían algo. Tenía un espíritu dominante, controlador. Era áspera, dura, rígida, legalista y juzgadora.” (Joyce Meyer. El poder del perdón).

Quien esto escribe estuvo de “ambos lados de la vereda”. Me constituí no sólo en juez, sino también en verdugo de mis hermanos y seres queridos. Por ello no puedo menos que sentirme profundamente identificado con estas palabras de Joyce Meyer. ¡Si yo era exactamente igual!

Hasta que comencé a recibir las cachetadas de la descalificación, el menosprecio; saborear la intensa amargura de la vara de mi propio juicio, lo que me hizo recapacitar y abandonar ese caparazón dentro del cual viví los años de mi juventud.

“-Señor, no califico. No sé nada. No sirvo para nada. Todo lo que toqué lo eché a perder. Nada hice bien”. Es una oración fruto de la frustración que muchas veces asomó en el escenario de mi mente, de entre las raíces de un corazón roto y finalmente con amargura afloró en mis labios.

Hay personas con sus almitas heridas que viven amasando el dolor de profundas heridas. Los que saben, afirman que uno de los grandes problemas de las personas de hoy en día es precisamente la falta de perdón… de sí mismos. Todo ha sido perdonado por el sacrificio de Jesús en la cruz, mas no todo ha sido sanado.

Hoy caigo en la cuenta de que había comprado el discurso del enemigo. Cuando rendido y quebrantado ante el Señor le dije con un corazón contrito y humillado: “-Señor, no califico. No sé nada. No sirvo para nada. Todo lo que toqué lo eché a perder. Nada hice bien.” Eran exactamente las mismas palabras, pero ahora es cuando por fin estaba cediendo el control a Quien corresponde tener el control.

Cuando el Diablo te acusa lo hace con verdades a medias. No sé si es que no sé nada; en verdad no lo sé todo y cada día encuentro que me falta mucho más por aprender que el día de ayer, lo cual no resulta ser un detalle menor. No sirvo para nada y todo lo que toqué lo arruiné, sí en realidad soy bastante limitado con mis habilidades, pero algunas cosas sé hacer y la descripción que Joyce Meyer hace de sí misma cuando se hallaba antes del proceso de sanidad de su alma, se ajusta en un 101% a lo que fue mi propia persona. Sí, hice mucho daño, por cierto.

Hoy, no es que lo haya conseguido ya, pero comienzo a comprender cómo Dios trata conmigo. Hoy estoy aprendiendo a aferrarme a ese madero de su 100% gracia y a vivir como un libertado, no con la prisión domiciliaria de mi propia vida.

Hoy puedo entender que entre dos mil defectos, de los cuales ya se está encargando Dios, El tuvo a bien fijarse en mí y ver  un corazón quebrantado delante de su presencia dispuesto a servir. Tan sólo una virtud en medio de tanto desorden, útil a los propósitos de Dios.

Sí, definitivamente… EL ME HA MIRADO.

Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase;  mas cuando el pecado abundó,  sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte,  así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo,  Señor nuestro.

(Romanos 5:20-21 RV60)

Por: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

 

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