Con las manos vacías – Luis Caccia Guerra

Con las manos vacías

Con-las-manos-vacias

“Nuestras mejores obras están tan manchadas de pecado, que es difícil saber si son buenas obras o si son malas obras.” (Charles Spurgeon)

 “¡Me da tanto miedo abrir mis puños apretados!

¿Quién seré cuando no me quede nada a lo que aferrarme?

¿Quién seré cuando me pare ante ti con las manos vacías?

Por favor, ayúdame a abrir las manos en forma gradual y  descubrir que no soy aquello que poseo, sino aquello que Tú quieres darme.

Y aquello que Tú quieres darme es amor, amor incondicional y eterno.” (Henri Nouwen) 

¿Qué hacer cuando ves tus sueños derrumbarse delante de ti? ¿Qué se hace cuando se pierde la esperanza? ¿Qué se hace cuando en pocos minutos ves pasar tu vida delante de ti y te das cuenta de que nada hiciste bien a pesar de tantos esfuerzos? ¿Cómo se hace para capitalizar en beneficio tanto tiempo perdido, tanto esfuerzo mal orientado, tanto recurso mal gastado?

“No hay peor cosa que hacer muy bien lo que no es necesario hacer.” (Bernardo Stamateas)

Transitando la segunda mitad de mi vida y después de unas cuantas sacudidas; de recibir las cachetadas del maltrato, la discriminación, el odio descarado y sin el más mínimo reparo ni disimulo, sirvieron para darme cuenta ¡por fin! de que nada hice bien.

Como hijo, le fallé a mis padres.

Como padre, le fallé a mi hija.

Como esposo le fallé a mi esposa.

Como amigo, les fallé a mis amigos.

Como trabajador les fallé a mis patrones.

Como ministro, le fallé a la iglesia y a Dios.

No más caer en la cuenta de esto, enfrentar la realidad desnuda, predominó entonces el desconcierto, el temor, la angustia, la confusión. Sin saber por dónde empezar, ni a quién acudir.

Un antiguo proverbio oriental dice: “Hasta una hoja resulta ser más liviana si la levantan entre dos.” Sin embargo, la desconfianza nos llevó a levantar muros en lugar de construir puentes. Nos fuimos encerrando en nuestro propio dolor, cada vez nos fuimos quedando más solos y aislados sin tener a nadie a quién acudir, sin comunión con otras personas ni con una iglesia, sin tener a nadie con quién compartir.

Esto es lo que oraba quebrantado y rendido delante de Dios, derramando mi corazón delante del Señor, aquella mañana temprano. Mi corazón se derrumbaba delante de Dios y lloraba en plena calle entre la indiferencia y la apatía de la gente.

¡Señor, te ruego muéstrame qué es lo que hice mal! ¡Yo puedo acusarme a mí mismo de tantas cosas! Pero tú puedes ver mi corazón, amado Señor, porque tuyo es el poder, la gloria, la magnificencia de tu nombre, el dueño de mis tiempos y de mi vida. Le dije esa mañana completamente quebrantado, al Señor.

Hoy renuncio a esa condición de derrota y de fracaso, aunque no tengo la menor idea de qué hacer ni de cómo se sale de esto. Oré entonces, pidiendo a Dios que nos oriente, nos guíe puestos los ojos en Jesús y nuestra confianza sólo en El, para dar con las personas correctas, aquellas que Dios preparó en nuestro camino para que nos ayuden.

Enseguida, pude visualizar un panorama de lo que había sido mi vida hasta ese momento. En casa, gracias a Dios por mi compañera y esposa y por mi amada hija. Días atrás oramos en familia “gracias Dios, porque a pesar de todo lo que hemos pasado estamos juntos”, pero hay algunas disfunciones relacionales.

En el ámbito eclesiástico, es “des-trato” lo que percibo en general. En dos años y medio que asisto a esa comunidad, tal vez unas cinco personas han preguntado mi nombre y dudo de que sólo diez entre más de mil, sepan algo de mí, mucho menos de mi ministerio.

Y en otros ámbitos, recibo a diario rechazo, odio, franco y descarado maltrato.

Sin embargo, entre mundos y relaciones tan diferentes entre sí, pude ver con claridad que había denominadores comunes.  Básicamente los mismos problemas y dificultades relacionales se encontraban presentes en menor o mayor medida en cada uno de los ámbitos. Evidentemente -y esto sin perjuicio de las responsabilidades que les competen a los líderes de cada ámbito- mal que me pese algo no está bien conmigo mismo.

Haciendo una retrospección, pude ver que no tuvimos como familia una buena dirección, contención, orientación, por parte de ministros, maestros y líderes que esgrimían su pretendido “fundamentalismo” pero que definitivamente “tocaban de oído”.

“La elección de las personas que te acompañarán en el camino de la vida es algo sumamente importante. Cuando tus sueños son ilimitados y ambiciosos, resulta indispensable identificar  a aquellos que te escoltarán en el camino.” (José Luis Cinalli)

Por nuestra parte, a nosotros nos faltó confianza, fe, decisión, coraje, valentía.

Escribo estas cosas, en la certeza de que abrir el corazón con amor y sinceridad en las manos de Dios, puede ser de utilidad y edificación para otros. Y es que encuentro que  lo que hoy me pasa, en realidad es resultado, consecuencia, de que toda mi vida estuve haciendo ciclos. Caminando en círculos en medio del desierto sin poder llegar a ninguna parte. Moisés encontró en el desierto  la zarza ardiendo y pudo escuchar la voz de Dios llamándole  (Éxodo cap.3). Pero si caminas en el medio del desierto sin la orientación adecuada, no harás otra cosa que caminar en círculos hasta que extenuado caigas y mueras.

Conozco los testimonios de vida de amados amigos que han pasado por tremendas situaciones y Dios finalmente abrió las ventanas de los cielos y dejó caer en sus vidas ese milagro tan esperado y ansiado. Pero Dios no trata con todas las personas de la misma manera. Los amigos de Job le reprochaban cosas y atribuían su condición a su conducta y proceder. Su propia esposa, harta de tanta tribulación le incitó a rendirse (Job 2:9). Nosotros mismos nos culpamos de cosas y el enemigo hace lo propio con nosotros. Sólo habla con un ministro o líder mediocre y verás cómo se toma de cada palabra que tú le digas para hallar la causa de tus pesares en tus propias palabras, auto-culpas y tu propio parecer. Pero… ¿realmente es así? Bien es cierto que muchas de las cosas que nos pasan hoy son resultado de nuestras propias elecciones, determinaciones y decisiones del pasado, pero afortunadamente Dios no te ve como tú te ves a ti mismo y tiene un plan de vida para cada uno de nosotros (Juan 21:21 y 22).

Porque somos hechura suya,  creados en Cristo Jesús para buenas obras,  las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

(Efesios 2:10 RV60)

Es que a Dios le importan más los obreros que la misma obra.  ES QUE NO ES LA OBRA DE LOS OBREROS. ¡ES SU OBRA!

porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer,  por su buena voluntad.

(Filipenses 2:13 RV60)

Como atleta mediocre, lo sé bien. Ahora hace ya tiempo que no salimos con mi hija a correr. Otra vez estoy con sobrepeso y completamente fuera de estado. Pero cuando lo hacíamos regularmente, a mi más de medio siglo de edad, llegaba un momento en que me cansaba, las piernas comenzaban a doler, el corazón se aceleraba mucho y la respiración se hacía insoportable. Entonces, paraba de correr y comenzaba a caminar hasta que el pulso se estabilizaba, me recuperaba y podía comenzar de nuevo. El atleta profesional, experimentado, sabe bien que la verdadera competencia, el entrenamiento efectivo comienza justamente en el umbral del dolor, cuando cada pulsación, cada respiración, cada segundo, cada paso, cuenta.

Hoy corro esa carrera puestos los ojos en Jesús.  Nada sé sobre el futuro. Nada sé sobre el pasado. Sólo sé que un día -y no falta mucho para ello- estaré cara a cara con Jesús.

Prefiero tener entonces, mis manos abiertas y vacías, para abrazarme a Él libremente y tan fuerte como pueda, llenarme de Él en ese abrazo, toda vez que ninguna de mis obras en este mundo habrán valido la pena, SINO SÓLO LO QUE ÉL HIZO CON ÉSTAS, MIS MANOS.

la obra de cada uno se hará manifiesta;  porque el día la declarará,  pues por el fuego será revelada;  y la obra de cada uno cuál sea,  el fuego la probará.

(1 Corintios 3:13 RV60)

Por: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com.ar

 

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