Adoración sucia – Luis Caccia Guerra

Adoración sucia

Días atrás leía un artículo sobre los basurales a cielo abierto que existen en nuestro país. Estos sitios, junto a la falta de una adecuada legislación y sistemas eficientes de procesamiento y reciclado de los residuos domiciliarios están convirtiéndose en un grave problema para las ciudades y afectando la salud de la población. Esto sin mencionar el aspecto del paisaje, la incomodidad de los fastidiosos olores y la proliferación desmedida de toda clase de insectos, roedores y alimañas que encuentran en estos lugares su hábitat y fuente de alimento abundante.

Aunque la comparación sea desagradable y grotesca, esto me recordó ciertas situaciones y épocas de mi propia vida en cuanto a lo que a mi relación con Dios se refiere. Y es que muchas veces me encontré asistiendo a un culto, cantando a voz en cuello con increíble fervor y entusiasmo, pero retirándome al final de la reunión tan vacío, pobre y miserable como había venido, con la misma carga de pecado con la que había llegado.

He estado en unas cuantas iglesias y francamente dudo de que ello hable bien de mí. Esto, al menos en mi propio caso. En el trabajo, cuando hacía entrevistas de personal, los primeros puntos en los que me fijaba en el currículum vitae –hoja de vida en muchos países latinos– era el tiempo de permanencia, diversidad y cantidad de trabajos que habían tenido las personas. En ciertos casos, una alta rotación y gran variedad de trabajos, junto a cortos tiempos de continuidad ameritaba ciertas preguntas de rigor. Obviamente no todos los casos son iguales, pero tal vez el entrevistado podía no ser tan capaz como pretendía hacernos creer o podíamos estar frente a una persona conflictiva. Pues, bien: éste último era mi caso en lo que a mi vida eclesiástica se refiere. No haber sido capaz de echar raíces en ninguna parte, definitivamente no habla bien de mí.

Pero esto también me dio la oportunidad de adquirir experiencia, conocer mucha gente y con ello también aprender a conocerme a mí mismo. Y cuando digo “conocer” no me refiero a un “mucho gusto en conocerlo” ni conformarme con lo que las personas nos muestran, sino a saber en forma fehaciente de situaciones desgarradoras puertas adentro del corazón y de sus propias familias. He conocido gente de renombre dentro de las congregaciones, pero manipuladora, oportunista y sin temor de Dios, “adorando” con increíble fervor religioso. Y no puedo menos que sentirme plenamente identificado con ellos. Como mirarme delante de un espejo del alma.

Esto me recuerda otra vez al basural. En ciertos países, los residuos se  identifican y clasifican en casa. Se distribuyen en diferentes bolsas de distintos colores,  según se trate de deshechos orgánicos, vidrios, plásticos, papel, baterías, electrónicos y metálicos. Así perfectamente identificados, pueden ser separados para un eficiente proceso de reciclado y refuncionalización. Es cuando el basural comienza a convertirse en un jardín.

Cuando los pecados se “identifican”, se “reconocen” tal y como se hace con los residuos, llegan las decisiones para Dios. Cuando la alabanza comienza a ir acompañada del temor de Dios; cuando en vez de cantar voz en cuello para que los demás alrededor aprecien lo bien que lo hago, cantamos con contrición de espíritu como el publicano que se golpeaba el pecho y mirando hacia abajo decía: “Dios, sé propicio a mí pecador” (Lucas 18:13); es cuando la basura del alma comienza su proceso de reciclado y esto sucio y miserable comienza a ser una bendición para nosotros mismos y para los demás.

Si bien todos nosotros somos como suciedad,  y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia;  y caímos todos nosotros como la hoja,  y nuestras maldades nos llevaron como viento.

(Isaías 64:6 RV60)

por cuanto todos pecaron,  y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia,  mediante la redención que es en Cristo Jesús,

(Romanos 3:23-24 RV60)

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

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