¿Acreedores, merecedores o solamente beneficiarios? – Luis Caccia Guerra

¿Acreedores, merecedores o solamente beneficiarios?

Delgado, alto y desgarbado. Despectivo de “largo”. Tales las definiciones que los diccionarios de la Real Academia Española le asignan a la palabra “larguirucho”.

Pues bien; lejos del héroe de turno, aquél que todo –o casi todo– lo puede, ese que tiene las soluciones para todo, que administra justicia, que propina el justo castigo a los villanos… uno de mis personajes favoritos y con quien me siento profundamente identificado, es uno creado por nuestro querido García Ferré: “Larguirucho”. Y las definiciones con las que comienza el presente artículo, nunca tan a la medida del personaje.

Alto, delgado, algo torpe, desgarbado. De condición muy humilde, desventurado, inocente, confiado, y con un “touch” de ingenuidad rayano con la tontera; son algunas características que surgen a prima facie de su personalidad… ¡junto a una bondad y un corazón gigantes capaz de darlo absolutamente todo sin importar a quién a costa de quedarse sin nada!.

“-¡Larguirucho!” lo llaman sus amigos. “-¿Ueh? ¡Blá má fuete, que no te cucho!” responde graciosamente. (Traducido: “Hablá más fuerte que no te escucho”, rimando con su nombre). Es uno de sus latiguillos favoritos que hizo el deleite y arrancó las más espontáneas carcajadas de los niños cuando se conoció el personaje entre fines de los ´60 y principios de los ´70. Pero conviviendo con este tipo de pensamiento, siempre –o casi siempre volado– certero y agudo a la hora de dar su opinión sobre alguna situación en particular: “¡Nunca falta alguien que sobra!”, por ejemplo.

Hoy, pocos tal vez tienen alguna identificación con este personaje, y si la tienen, mejor que permanezca bien escondida por las dudas! Muy lejos de ser alto y desgarbado, soy bajito y gordito. Pero a pesar de ello aún continúo sintiéndome íntimamente identificado con este personaje y no tengo medio empacho en expresarlo abiertamente! En medio de su ingenuidad y desventura, al final de todo, un toque de gracia siempre hace que las cosas le terminen saliendo bien a pesar de todo.

“Hablá más fuerte que no te escucho” es algo que se lo tengo que haber dicho millones de veces a mi Señor y Dios. Y en medio de las más dramáticas dificultades, no me alcanza la memoria para recordar las otras tantas veces que me encontré clamando a Dios por un milagro o una salida al callejón sin salida en el que yo mismo me metí. Y finalmente, la luz se hizo. En medio de la desventura un “toque de Gracia” hizo que las cosas finalmente terminaran saliendo para bien.

Hoy, muy lejos de sentirme con “derecho a reclamo”, esto es “acreedor”; mucho más lejos de creerme “merecedor”, no me resta más que asumir que soy –y sin lugar a dudas somos– absolutamente BENEFICIARIOS de la bendita Gracia de Dios. Pagada a un altísimo precio por quien la dio, a través del sacrificio de Nuestro amado Señor en la cruenta Cruz del Calvario; pero ABSOLUTAMENTE GRATUITA para quien le toca recibirla, es decir: tú, yo; todos nosotros. A pesar de ser torpe, ingenuo, muchas veces desventurado en los asuntos de la vida –esto último por mi propia culpa, no por designio de Dios– en pocas palabras… un todo un Larguirucho, un toque  de Su Gracia Divina siempre hace que las cosas terminen resultando para bien. Me emociona hasta las lágrimas tan sólo pensar en esto.

¡AMÉN! ¡GRACIAS, SEÑOR JESUS! 

Por cuanto todos pecaron,  y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia,  mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre,  para manifestar su justicia,  a causa de haber pasado por alto,  en su paciencia,  los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia,  a fin de que él sea el justo,  y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde,  pues,  está la jactancia?  Queda excluida.  ¿Por cuál ley?  ¿Por la de las obras?  No,  sino por la ley de la fe.

(Romanos 3:23-27 RV60)

Y sabemos que a los que aman a Dios,  todas las cosas les ayudan a bien,  esto es,  a los que conforme a su propósito son llamados.

(Romanos 8:28 RV60)

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

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