El llamado irresistible – Alberto D`Arrigo

EL LLAMADO IRRESISTIBLE

por Alberto D`Arrigo

llamado-de-dios“Y me dijo el SEÑOR: No digas, soy niño; porque a todo lo que te enviare irás tú, y dirás todo lo que te mandare”. (Jeremías 1:7)

Es la preponderante escena de un Padre que insta a su criatura a cumplir con un deber. Un Señor que hace su buena voluntad por encima de cualquier impedimento o pretexto humano. No queda duda sobre la soberanía de un Dios que al margen de darnos libre albedrío, su llamado se vuelve irresistible. Esto a saber que a lo largo de la Escritura vemos que todos sus designios se cumplen perfectamente. Si no, que lo diga Jonás, quien tuvo que estar en la panza de un gran pez para entender que Dios no habría de elegir a otro profeta que no fuera él para ir a Nínive.

Ahora bien, Jeremías como es de considerar, a priori quiso abstenerse de la sacrificada labor de hacer volver a un pueblo duro de cerviz ya que aquello le traería un sinfín de enfrentamientos y contiendas. Sin embargo, Dios no llama y envía a sus siervos sin antes ser llenos de su Palabra y de su Espíritu Santo. Él capacita y protege a quienes han de ser sus mensajeros porque sabe que el mundo y satanás tratarán de coaccionarlos.

Esto también lo experimentó Pablo, el Apóstol de los gentiles, quien luego de su dramática conversión cumplió una labor realmente abnegada. Citando sus palabras, nos dice que fue azotado, apedreado, pasó mucha hambre y desnudez, en desvelos y peligros de todo tipo. Ahora bien, seguramente el otrora Saulo no pensó que pasaría tal penuria o al menos no imaginó la magnitud de ella, pero eso ahora es minúsculo a saber del eterno gozo que hoy vive con el Señor al cual sirvió.

Nos queda entonces obedecer confiadamente al Señor y encomendarnos a sus promesas, aunque esto signifique que el poder de las tinieblas será más punzante, pero si Dios es con nosotros nadie podrá vencernos. Saquemos a relucir ese espíritu de poder, amor y de dominio propio el cual todo verdadero hijo del Altísimo ha recibido, y sirvamos al Dios que por su gracia nos salvó. Finalmente, el mismo Jeremías pudo constatar el llamado irresistible que tuvo cuando dijo: “Me sedujiste, oh Señor y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste…”.

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