Aquel Crucificado – Guaroa T. Gautreau

AQUEL CRUCIFICADO

por Guaroa T. Gautreau

la-cruzMas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.

Isaías 53:5

La cruz, ese sencillo artefacto compuesto por dos trozos de madera cruzados (de ahí el nombre) es sin lugar a dudas el instrumento de tortura más reproducido de la historia del hombre. Hay religiones que la veneran por ella misma, concediéndole incluso poderes místicos y mágicos tan poderosos como el de rechazar y hacer huir al mismo diablo, sólo con presentársela.

Pero, pocas son las mentiras más difundidas y arraigadas que ésta. La fama de la cruz sólo es válida y verdadera cuando la vemos a través de Aquél que le da el valor que ella tiene. Cuando el Señor Jesucristo fue crucificado, había con Él dos malhechores también clavados, cada uno en su propia cruz. Es muy probable que las tres cruces fuesen hechas por el mismo carpintero y que el mismo herrero que hizo los clavos que se usaron con el Señor hiciera los demás clavos utilizados con los dos ladrones.

Tampoco podemos asombrarnos que las mismas personas que levantaron la cruz del Señor, levantaran las otras dos. Así como aquellas dos cruces se perdieron en el olvido del tiempo y se pudrieron al igual que los cuerpos de aquellos dos malhechores, así se hubiese olvidado la otra cruz si no hubiese sido Cristo Quien murió en ella.

¡Cristo es el que le da valor a la cruz, porque Él es el que tiene valor eterno!

Por eso es que los creyentes, cuando nos referimos a la cruz, hablando del “poder de la cruz”, “de la obra de la cruz” o cualquier cosa relacionada con ella, nos referimos ciertamente al poder y la obra de Aquél que murió en la cruz. El es el objeto de nuestra adoración, no la cruz en sí misma.

Lamentamos el hecho de que muchos han tergiversado esto y le dan a la cruz como figura y como sustancia material, poderes que nunca ha tenido ni tendrá. Si mal no recuerdo, he oído que hasta hacen relicarios y objetos religiosos con pedacitos de madera, aduciendo que pertenecieron a la cruz donde fue crucificado el Señor. Esto de por sí es casi imposible porque cuando el Señor murió en la cruz, nadie pensaba en la trascendencia que ese acto iba a tener para guardarla y hacer fetiches religiosos de ella. Y aunque así hubiese sido y tuviésemos la cruz completa en nuestro poder, le hubiese pasado como a la serpiente de bronce que Dios usó para sanar a los israelitas que eran mordidos por víboras en el desierto. Luego de cumplir el propósito de Dios, Quien era el que en realidad sanaba, se volvió, como dijo Ezequías, rey de Israel de Judá, un “nehustán” (cosa de bronce).

Como dice nuestro texto, el Señor fue herido por nuestras rebeliones. ¿Qué es una rebelión? En su acepción más sencilla, no es más que una oposición a la autoridad legítimamente constituida. Sin embargo, esto toma ribetes dramáticamente perversos cuando la rebelión es contra Dios, debido a que aún puede haber rebeliones contra reyes humanos que pudiesen comprenderse, aduciendo la maldad de muchos de ellos. Pero toda rebelión contra Dios es injusta y pecaminosa en gran manera, debido no sólo a que dichas rebeliones son conforme a nuestra malvada naturaleza, sino, sobre todo, por la perfecta e infinita santidad y majestad de la persona a Quien se ofende.

Debemos entender que era prerrogativa de Dios condenar a toda la humanidad, por cuanto toda la humanidad es pecadora. (“por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” Romanos 3:23)

Sin embargo, plugo a Dios castigar a Su Hijo, para salvar un pueblo. Tenemos la tendencia, cuando oímos del castigo recibido por el Señor Jesucristo, en sustitución de los salvos, en detenernos en las heridas físicas, que sin duda fueron muchas y fuertes, pero realmente debemos pedirle a Dios que nos haga comprender cabalmente el significado de la herida espiritual recibida por nuestro Salvador.

Él fue traspasado. Eso significa una herida de muerte. Dios mismo lo traspasó o como pudiésemos decir: Lo perforó con una herida infinita y espiritual. Es mucho más que los latigazos, la corona de espinas, más que los clavos, que los golpes, más que las burlas. Por eso dicen las Escrituras que lo tuvimos por “herido de Dios y Abatido”. (Isaías 53:4). Sus heridas en Su cuerpo no se comparan con la herida de Su Alma.

Pero nuestro texto también dice que El fue “molido por nuestros pecados”. Estas palabras significan que el Personaje que nos describen las Escrituras, Dios mismo hecho carne, recibió todo ese castigo no porque fuera pecador, sino por la rebelión de Su pueblo.

Hermano mío ¡Quiera El Señor darte a ti y a mí el verdadero conocimiento y el profundo sentido que tiene el sacrificio del Señor Jesucristo!

¡Ese es nuestro valor! ¡Ese es nuestro Tesoro! Es Aquel crucificado. Aquél que en una aparente derrota, surgió con la más maravillosa victoria que nadie ha visto, ni podrá ver desde la eternidad hasta la eternidad, porque es la victoria de Cristo sobre el pecado, sobre la muerte, sobre el enemigo de las almas.

Amigo mío, deja de ver el símbolo de la cruz como un fetiche religioso o un “resguardo”, como decimos en nuestro país. Eso no te ayudará más que las vanas repeticiones que las tradiciones te han enseñado. Nada de lo que hagamos o digamos tiene poder contra la terrible sentencia de muerte eterna que pende sobre ti a causa de tus pecados. La muerte es la sentencia del Juez justo por los pecados de la humanidad y es inevitable. El pasaje que cito a continuación lo expresa muy claro:

“No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee”. (Eclesiastés 8:8)

Pero tú puedes librarte de la muerte, no de la muerte física, sino de una peor: la muerte espiritual. Y así vivirás por siempre en la gloria del Señor.

Sólo el Señor Jesucristo, Aquel Crucificado, sólo Ese crucificado no otro, ni el símbolo de la cruz, sino el Bendito Jesús Crucificado puede perdonar tus pecados y librarte de la muerte eterna.

Quiera Él en Su gracia, aplicar estas verdades a nuestros corazones.

Escrito para www.devocionaldiario.com

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