Dave Meurer – Lecciones de superviviencia de un soldado herido

Lecciones de superviviencia de un soldado herido

por Dave Meurer

green-beretsÉl era capitán de los Boinas Verdes [Green Berets] del ejército de los Estados Unidos, y estaba en el segundo año de servicio cuando explotó la granada que casi le quitó la vida. Años más tarde, estaba en un picnic del 4 de Julio contándonos a un pequeño grupo el suceso que le cambió la vida para siempre.

“Fue así como perdí un brazo y una pierna en Vietnam”, dijo. Luego hizo una pausa, esbozó una sonrisa, y continuó. “Pero todavía me quedaban un brazo y una pierna”.

Ambos hechos eran igualmente ciertos. Pero el capitán Brien Thomas Collins, quien —simplemente era conocido como “BT”— decidió concentrarse en lo que aún poseía en vez de lo que había perdido. Y esa elección definió la clase de vida que iba a tener más adelante. También le dio forma al mensaje que daría a sus camaradas heridos: “Puedes pasarte la vida enojado y amargado por lo que te ocurrió, o bien seguir adelante y tener una vida digna de ser vivida. Tú decides”.

Después de la explosión que le hizo trizas el cuerpo, BT pasó 22 meses en siete hospitales militares, mientras los médicos lo reconstruían. Pero cuando se enteraba de que un soldado había perdido una mano o un ojo, o sufrido alguna otra lesión grave, cancelaba su cita con el médico y se dirigía adonde estaba el soldado; a veces conducía su auto durante horas para verse con un combatiente herido que ni siquiera conocía.

Una cosa era que un médico completamente sano le dijera a un amputado que todavía podía tener una vida normal. Otra muy distinta era oír ese mensaje del capitán Collins mientras hacía gestos con el gancho de metal que le servía de mano. BT se había ganado el derecho de decir esas palabras.

Yo nunca he servido en las fuerzas armadas, pero esa corta visita que le hice a BT sigue haciendo una gran diferencia en mi perspectiva sobre la vida. Yo nunca he sido herido por una granada, pero sí tengo mis propias heridas profundas y dolorosas. Todos las tenemos.

Mi vida saltó por los aires a los cinco años de edad, cuando uno de mis tíos me llevó a un lugar aislado y me violó. Con ese solo acto, destruyó mi capacidad de confiar en las personas.

Él era vilmente inteligente y sabía exactamente cómo manipular a un niño para que no hablara, tuviera miedo y se culpara a sí mismo.

Me dijo: “Así es como yo les demuestro a las personas que las amo. Pero no se lo digas a tus padres, porque si tu papá se entera de lo que hiciste, se va a enojar mucho contigo”. Hábilmente puso la responsabilidad sobre mis pequeños hombros, y se aseguró de que me aterrorizara tanto del castigo, que no diría ni una sola palabra.

El abuso continuó durante años. En cierto sentido, él me abrió quirúrgicamente, me puso una bomba de tiempo en el estómago y la programó para que explotara varias décadas después.

La realidad lo que me había sucedido era tan terrible y desconcertante que, por más imposible que puede parecer, me las arreglé para sacarlo de mi mente. Creo que viví en una conmoción durante los primeros 25 años de mi vida.

Cuando finalmente comencé a enfrentar lo que había ocurrido, me llené de una inmensa sensación de pérdida, que se manifestaba con una rabia hirviente o con una depresión que me paralizaba. Estaba constantemente pensando en el pasado. Los años de estoicismo me ayudaron a ocultar lo que estaba ocurriendo en mi interior, pero el odio circulaba como un veneno a través de mis venas. Me iba a la cama soñando con la venganza. Tenía un corazón asesino. El ácido emocional estaba destruyendo mi matrimonio, pero no podía dejar la rabia.

Fue justo en ese tiempo cuando conocí a BT. No conecté de inmediato su mensaje con mi vida, pero me venía a la medida. Sus palabras quedaron alojadas en mi mente.

“Puedes pasarte la vida enojado y amargado por lo que te ocurrió, o bien seguir adelante y tener una vida digna de ser vivida. Tú decides”.

BT no profesaba ninguna fe en absoluto. Pero creo que el Espíritu Santo lo escogió para darme una enseñanza con esas palabras, que nunca he podido olvidar.

El abuso sexual en mi niñez es sólo una de las muchas granadas de mano que me han lanzado en la vida. Y confieso que todavía hay ocasiones en las que caigo en la depresión o la ira por los muchos golpes que ha recibido mi alma.

Si éste hubiera sido el único disparo recibido en mi vida, creo que habría sido suficiente para que ser vencido por la desesperación. Pero la Escritura enseña –enfáticamente– que la vida que estoy viviendo actualmente es transitoria. Mi verdadera vida es la que tengo todavía delante de mí. Y, curiosamente, el hecho de que me espera un futuro brillante y feliz en el cielo, me ayuda a disfrutar lo que tengo aquí y ahora. En esencia, el cielo me da una nueva oportunidad para hacer bien las cosas. Pero esta vez, nada va a salir mal. Tengo la ayuda de poner en perspectiva mi pasado.

Sí, he perdido mucho. Tengo cicatrices que van a la esencia misma de mi vida. Pero todas esas cicatrices desaparecerán un día. También tengo una cantidad impresionante de cosas buenas en mi vida. Usted también. Tengo un Salvador llamado Jesús, y nadie me puede quitar eso. Tengo tantos tesoros en el cielo –por pura gracia– que la Biblia me muestra apenas la grandiosidad de lo que les espera a los hijos de Dios. El apóstol Pablo, que sufrió palizas, cárceles y más dificultades de lo que yo pudiera contar, escribió: “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18).

Dos hechos eran verdaderos para Pablo: el sufrimiento y la gloria. Pablo eligió concentrarse en la parte buena.

En mi caso, tengo una esposa que me ama profundamente, y amigos que enriquecen mi vida de muchas maneras diferentes. Tengo el privilegio de compartir el mensaje de un nuevo comienzo con las personas que están apesadumbradas por la maldad de los demás, y también por sus propios pecados y por sus trágicas decisiones. Anhelo ver de nuevo la luz en los ojos de quienes son mis compañeros en el sufrimiento cuando hablamos de un Salvador que vino a quienes han sido atacados y dejados sangrando en el camino de la vida.

No importa lo mucho que le hayan golpeado las circunstancias, puedo decirle por experiencia personal que usted tiene todavía la capacidad de tener una vida digna de ser vivida. Si alguien ha violado su confianza, hay otros que merecen su confianza. Conéctese con la familia de Dios. Mi experiencia ha sido que el Señor decidió hacer su obra más profunda en mi vida a través de otras personas.

Es legítimo que usted enfrente honestamente la realidad de lo que ha sufrido, y que lamente lo que ha perdido. Ambas cosas son razonables y saludables. Y dependiendo de lo que le haya sucedido, puede incluso considerar la posibilidad de recibir ayuda profesional (como hice yo). Pero usted no puede seguir mirando hacia atrás, porque la tristeza le paralizará, o se convertirá en un ser amargado. Yo sé lo que es eso, porque lo viví.

El recorrido del dolor a la paz es a menudo sobre un camino lleno de baches, y con muchos picos y valles. Inevitablemente, usted se encontrará con una bifurcación en el camino marcada como “perdón”. Ésa será una coyuntura crítica. Yo me detuve allí por años, inmovilizado por el sólo pensar que tenía que poner los pies en ese camino. Parecía como si el “perdón” no fuera más que un eufemismo de “no es una gran cosa”.

Bueno, lo que me sucedió a mí sí fue una gran cosa. Fue una vileza más allá de toda descripción. Acabó con la inocencia de mi infancia. Y estaba enfurecido contra Dios por atreverse a poner delante de mí la carga de un perdón que para mí era absurdo.

El perdón de ninguna manera minimiza las perversas acciones de otra persona. No la libera de su responsabilidad. Significa que dejo la cuestión de la justicia a Dios. En efecto, es Dios quien ha dicho “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Ro. 12:19).

Perdonar es, en realidad, confiar en que Dios hará lo correcto. No creo que el perdón signifique que usted tenga que tener relación con una persona vil. Creo que algunas personas cometen pecados tan graves que pierden el derecho a seguir relacionadas con usted. El perdón no impone la obligación de la amistad.

Pero sí creo que impone la obligación de llegar al punto de poder orar por la persona que nos ha dañado. Usted puede pasar la vida enojado y amargado por lo que le ocurrió, o bien seguir adelante y tener, con la ayuda de Dios, una vida digna de ser vivida. Usted decide.

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